Durante la refriega que se produjo antes de soltar al toro 'Pelado', algunos de los protodefensores entregaron un saco de ratones blancos a los animalistas. Les recordaban que a esos animales también se les mata en los laboratorios después de diversos tormentos. Tampoco querían que olvidaran que una vez acabado el festejo acabarían con la vida de 'Pelado' en el matadero. Los portadores de esos sacos llenos de ratones estaban manifestando con una claridad absoluta lo desquiciado de sus argumentos. El problema no es que se maten animales. El problema es que se maten por placer. La indignidad moral no deriva de la muerte de un animal sino de su festiva gratuidad y del sadismo que eso comporta. Cuando a 'Pelado' lo mataran ayer o anteayer se hacía para alimentar a seres humanos. Cuando se experimenta con cobayas se hace para salvar vidas de multitud de personas. No se reunió nadie para disfrutar viendo cómo electrocutaban al toro, como tampoco acude nadie a deleitarse con el sufrimiento de los ratones o monos en los laboratorios. Su sacrificio comporta un beneficio general y efectivo para la sociedad. Nos declaramos superiores al resto de los seres vivientes del planeta, y los utilizamos para nuestra supervivencia. Más o menos como intentan hacer todas las especies en la medida de sus posibilidades. Esa supremacía, sin embargo, empieza a ser dudosa cuando la tortura de un animal se convierte en divertimento. Ya sea en la brutalidad directa que representaba el Toro de la Vega o en actos presuntamente más sutiles, como las corridas goyescas, donde la buena sociedad se reúne en torno al mismo asunto por mucho colorín, sastre y perfume que le pongan al evento.
Antonio Soler
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