sábado, 24 de septiembre de 2016

Viaje a los 70 ... por Pablo Bujalance.

AYER estuve durante unos minutos metido en una habitación en la que también estaban el alcalde de Málaga, Francisco de la Torre, y el arquitecto japonés Shigueru Ban, Premio Pritzker en 2014, y no tengo constancia de que el primero le hiciera al segundo encarguito alguno para el Puerto. Eso sí, dada la querencia de nuestro alcalde al abordaje institucional en plan aquí te pillo aquí te mato (bien sabido es que De la Torre pidió el Pompidou en un palco de autoridades durante un partido de fútbol), tampoco me extrañaría que hubiese algo después por lo bajini. El problema es que Ban hace casas de papel, museos nómadas con contenedores y estructuras enormes con materiales baratos, así que no habría mucho campo donde especular. Mola mucho más, claro, poner un mamotreto de 135 metros para un hotelazo, algo con lo que ciudad pueda hipotecarse todavía más y, de paso, terminar de destruir su paisaje. Sobre el particular, comparto el punto de vista que mi compañero Sebastián Sánchez expresó aquí hace unos días: un lugar tan tremendamente sensible de la ciudad, tan definitivo y con una influencia tan enorme en su perfil urbano habría merecido, cuanto menos, una llamada a la reflexión, una convocatoria de expertos, un análisis público de proyectos y una mayor conexión con la ciudadanía. Pero claro, si se trata de preguntar a la plebe, es mucho más divertido y oportuno hacerlo sobre el lema de la Noche en Blanco. Por lo demás, tonterías, las justas: si existe la oportunidad de alzar un bicharraco del que la ciudad no va a beneficiarse en absoluto (todavía habrá quien crea que los ingresos por el turismo irán a beneficiar a nuestros barrios y paliar la deficiencia de los servicios: hay demasiados tiburones que siguen hambrientos), ¿quién es el tonto que va a resistirse? Los malagueños que quieran participar siempre podrán optar a planchar las sábanas de las suites.





Pero algo sí me parece verdaderamente enternecedor de la torre proyectada: creo que de esto no se ha hablado mucho, pero su diseño es el propio del desarrollismo que afectó a la Costa del Sol en los años 70. Miren bien la imagen, píntenle al lado una gasolinera y encontrarán una postal típicamente torremolinense. Espero que al menos tengan la decencia de poner un tablao. Tanta nostalgia alentada en los últimos años hacia el dichoso estilo del relax, tanta literatura en torno al Pez Espada con Frank Sinatra de malote y tanta celebración de un oasis de libertad en pleno tardofranquismo que, por supuesto, y como todo lo que es propio de señoritos, sólo disfrutó quien pudo pagárselo, tenía una explicación: ahora, la capital malagueña se dispone a invitar a todos sus contribuyentes, lo quieran o no, a un magnífico viaje a aquellos años tan coloridos. Creo que prefiero el Edificio Luz de César Olano. Al menos, éste sí es de su tiempo.

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