Las teorías y las prácticas de resistencia ante el espionaje cibernético se han extendido tanto como el vegetarianismo, la ecología o el uso de la bicicleta. La paranoia antiespionaje, como todo el resto de paranoias, supone en el fondo una patología tan contagiosa como la gripe. Desde que Julian Assange comenzara a destripar el entramado de filtraciones gubernamentales con Wikileaks, o desde que el antiguo trabajador de la CIA Edward Snowden afirmara que todos estamos siendo espiados o que 9 de cada diez personas espiadas eran usuarios comunes de Internet, nadie tiene la certeza de estar navegando con unas dosis mínimas de privacidad. Dicen los expertos que para ello tendríamos que desterrar la mayoría de nuestras costumbres relacionadas con la tecnología, pero tampoco parecemos estar dispuestos a eso. Ahora, el CNI ha elaborado un terrorífico informe acerca de los fallos de seguridad que tiene Whatsapp, la aplicación de mensajería más usada en el mundo y que tiene más filtraciones que un colador industrial.
A todo el mundo le llega un momento en la vida en el que deja de molestar que las agencias de seguridad puedan espiarnos, quizá sea porque quienes vivimos la vida a pie de calle tenemos pocas cosas que ocultar. En la vida real no hay nada que no pueda averiguarse con las instrucciones de la sospecha. Nuestra vida, para bien o para mal, resulta en realidad poco interesante para las agencias de seguridad. En la práctica, lo único que he hecho últimamente para proteger mi seguridad cibernética ha sido comprar un taparrabos para la webcam de mi portátil gracias a una alarmante frase del director del FBI: «Me puse un trozo de cinta adhesiva sobre la cámara porque vi a alguien más inteligente que yo poniendo un trozo de cinta adhesiva sobre su cámara». En ese gesto no sólo está la defensa de tu privacidad, sino que se trata de un ejercicio pretendidamente 'cool'. Sentirnos observados hace de nuestras vidas algo mucho más interesante.
Con el paso de los años y el derrumbe de cierta literatura y de cierto cine, el espionaje internacional ha perdido una parte considerable de su intriga y de su elegancia. Ahora parece estar más relacionado con el acné y el universo de lo antisocial que con las gabardinas, los teléfonos rojos o el poliglotismo. Ahora el espionaje ha cedido su situación hegemónica investigadora hacia el más puro cotilleo, que es una versión mucho más doméstica e intrascendente de lo mismo. No se roban contraseñas para salvar a la humanidad sino para olisquear en torno a la última bronca de alguna ex Spice Girl o robar 'selfies' a sobrevenidas estrellas de Hollywood. Para el resto de los mortales supondría un halago que la masa pretendiera robar un desnudo nuestro, algo que sería tan insólito como encontrar el sentido de tu vida en un hilo de Forocoches. Nos espían, vale, y qué más da.
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