Llevo más casi tres horas rumiando cierta duda metódica tras el anuncio del Nobel de Literatura a Dylan -entiéndaseme, en ese tiempo he hecho otras cosas y he dejado de hacer muchas más-: "¿es Bob quien le da prestigio y energía renovadas al Nobel o es el Nobel el que aviejuna a Bob?".
Ojo, lo dejo claro: me ha dado mucha alegría y soy el primero en celebrarlo. ¿Qué persona de las últimas generaciones que haya vivido el mundo occidental, que esté en su sano juicio, ande milésimamente informado y posea el nivel de inteligencia y sensibilidad de un mocho de fregona puede no celebrar y alegrarse de que prácticamente el último gran icono vivo -ayer Leonard Cohen, similar o superior en el plano literario a Dylan, pero muchísimo menos influyente como figura de rebeldía dentro del mundo del rock, dijo que se estaba reparando para morir, así que respetémosle- de aquella revolución de los claveles que se orquestó en los años 60 y primeros 70 desde el rock y los movimientos sociales de los EEUU hacia el mundo entero sea reconocido con honores en el olimpo de los escritores más importantes de nuestra época? ¿Alguien en la sala? No, nadie. ¿Ven?
Y como Dylan representa personal, creativa, artística, políticamente muchas cosas -o las ha representado- forma parte de nuestra memoria y de nuestras rebeldías. Así que es un premio de esos que nos representa un poco a todos. O al menos a ese que fuimos o que soñamos ser en algún momento de nuestras vidas. Poco importa que la vivamos con la yunta puesta, el autoexilio impuesto, la medicación o la batería del marcapasos en la mesita. Poco importa que Bob ya sea don Roberto, pase mucho de hablar y tenga 75 años. Cuando lo escuchemos siempre lo veremos con aquella gorra, los pelillos apenas en la barbita, retrociendo hasta el grito su tradición judía, yendo a las fuentes para reinventarlo todo, cantando con esa voz imposible, soplando la armónica y llamando a las puertas del cielo para decir que los tiempos están cambiando. Así debe ser también para la academia sueca que ha captado el mensaje después de medio siglo. Ojo, ellos al menos se han enterado.
Cierto que la noticia no causa el impacto de hace años cuando por primera vez se barajó su nombre para el premio. Mi madre estaba viva, así que ha pasado tiempo. Es curioso que se anuncie el mismo día que otro gran disidente premiado con su mismo Nobel, Darío Fo -aunque éste nunca se calló ni dejó la opinión pública- muriese. Como si la orla temporal nobelesca de los escritores no académicos, no universitarios y no librescos -aunque ambos han publicado libros, pero no por eso se les premia, se supone-, de los juglares, tuviese un sólo asiento para el heyoka.
El heyoka es el payaso sagrado de los lakotas. El que se disfraza para mostrarse, sigue el camino contrario, señala con el dedo a los poderosos y al resto de los brujos. El que les cuestiona, el que logra avergonzarles porque también es capaz de ver las fuerzas invisibles. Dylan fue un heyoka durante mucho tiempo. En su juventud Dylan cantaba, hablaba, actuaba y opinaba y sus palabras no se las llevaba el viento aunque cantaran al viento. Hace muchos años que mesuró sus palabras. Primero porque sufrió mucho tiempo de un vacío vital, espiritual y creativo enorme. Luego siguió en la sombra pública, una vez recuperado el fuego, consciente, quizás, de que no merecía la pena decir nada sensato y clarividente en esta Era del ruido simultáneo. Así que se dedicó a escribir sus memorias, a sacar de cuando en cuando nuevas canciones que las celebraba "como la primera rosa de mayo", a seguir actuando sin descanso retorciendo en directo los viejos éxitos para que no se pudieran entonar como banales himnos de nostalgia, y a hablar poco con algunos escogidos y de higos a peras.
Por eso en este premio espero las palabras no del viejo Bob, sino del señor Roberto a sus 75 años. En este mundo post-todo quedan pocas oportunidades para hacerse oír. No es que el discurso del Nobel sea una declaración simultánea Obama & Kim Yong-Um de que nos han invadido los extraterrestres y vamos a unirnos todos. Lo sabemos. Pero sí tendrá un momento de grieta en el sistema, de focos y micrófonos en torno a él para decirnos algo a nobeles académicos, rebeldes viejunos y quién sabe si a nuestros hijos o nietos ya que empieza a opositar al trono de Gandalf. Realmente, es lo que más espero de todo esto. Escuchar lo que tenga que decir. Decía en una canción su colega Cohen eso que me gusta tanto repetir: "hay una grieta en todas las cosas y es ahí por donde la luz entra". Usa la grieta, Bob.
Pero como uno aprende a no esperar demasiado y Bob siempre ha sido muy suyo, no enciendo el mechero de momento, vaya a quedarme sin gas que los hacen cada día más malos, y sigo dándole vueltas a la duda metódica.
Los tiempos siguen cambiando. En eso fue clarividente Zimmerman. Pero ya nadie es tan optimista como entonces. Los sátrapas, asesinos, mercaderes y perros de la guerra siguen en el mismo sitio y cuando el resto celebramos suena siempre un extraño ruido de cadenas arrastrándose.
Usa la grieta, Bob. Danos una alegría de verdad.
(Y para el que quiera leerlo un poco, acá el link a una de sus últimas entrevistas para un medio español. Era 2005 y John Preston lo entrevistaba para El País Semanal: http://elpais.com/diario/…/02/13/eps/1108279610_850215.html…)
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