Ahora, también del ‘brexit’. España propende a ser considerada
culpable. ¿De qué? Pues de todo. Ahora es Picardo quien la acusa de los
problemas que amenazan a Gibraltar en cuanto quede fuera de la UE.
Picardo no parece un llanito facultado para ganar amigos y ante la
situación, evidentemente preocupante, que viven sus conciudadanos no ha
encontrado mejor argumento que culpar a España a pesar de que es en
definitiva quien puede aliviar sus males. El ‘brexit’ deja al Peñón
fuera de la UE y lo deja por voluntad de los ciudadanos del Reino Unido
entre los que los gibraltareños quieren contarse y, aunque sean
británicos de segunda división, se cuentan. No fue España la que
propició su abandono ni fuimos los españoles quienes lo votamos. Antes
al contrario, aquí quien más quien menos lo lamenta porque es consciente
que es malo para todos. ¿Por qué habrán de librarse los gibraltareños?
Nadie que yo conozca les desea ningún mal a los habitantes del Peñón,
pero si ellos quieren, como han expresado, ser británicos perderán la
condición de comunitarios que España, por muy flexible y tolerante que
se muestre –y soy de los que no propugnan venganzas– no podrá
mantenerles. Si, como es lógico, el ‘brexit’ deja a los británicos fuera
de la libre circulación de personas y mercancías por Europa, hay que
respetarlo: ellos lo han querido; los demás, no. No será agradable para
nadie que para cruzar la frontera de Gibraltar haya que mostrar un
pasaporte y tener que pasar el registro en una aduana. Pero eso será
igual para los españoles que viajemos a Londres o los vecinos de Oxford
que vengan a tomar el sol a Marbella. España tendrá un derecho de veto
sobre el trato que la Unión dé a Gibraltar; otros países lo tendrán
sobre otras cuestiones porque, repetimos, al Reino Unido nadie le echa y
al marcharse se le exigirá que cierre las cuentas, pague lo que debe y
reciba el finiquito que le corresponda.
España, que ni es tan buena como algunos la veneran ni tan mala como
la consideran otros, es probable que llegado el momento no se comporte
con sadismo ante los gibraltareños, españoles al fin y al cabo aunque
ellos lo nieguen. Llegado el momento, para el que falta un tiempo,
deberán celebrarse negociaciones reposadas –y no con el acaloramiento de
Picardo ni la amenaza de guerra de un ministro inglés– y algún acuerdo
se logrará aunque, eso es evidente, sin saltarse las decisiones globales
del desenganche. Para conseguir esa excepcionalidad que los
gibraltareños reclaman con escasos argumentos, nada puede resultar más
contraproducente que la actitud vociferante del Ministro Principal de la
Colonia. Probablemente manteniendo la calma, bravuconeando menos y
propiciando el entendimiento con quien tiene el mango de la sartén, sus
conciudadanos van a conseguir más que exaltando los ánimos de propios y
sobre todo de quienes tendrán que hacer de tripas corazón ante cualquier
cesión voluntaria.
Diego Carcedo.
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