miércoles, 5 de abril de 2017

España "culpable" ... por Diego Carcedo.

Ahora, también del ‘brexit’. España propende a ser considerada culpable. ¿De qué? Pues de todo. Ahora es Picardo quien la acusa de los problemas que amenazan a Gibraltar en cuanto quede fuera de la UE. Picardo no parece un llanito facultado para ganar amigos y ante la situación, evidentemente preocupante, que viven sus conciudadanos no ha encontrado mejor argumento que culpar a España a pesar de que es en definitiva quien puede aliviar sus males. El ‘brexit’ deja al Peñón fuera de la UE y lo deja por voluntad de los ciudadanos del Reino Unido entre los que los gibraltareños quieren contarse y, aunque sean británicos de segunda división, se cuentan. No fue España la que propició su abandono ni fuimos los españoles quienes lo votamos. Antes al contrario, aquí quien más quien menos lo lamenta porque es consciente que es malo para todos. ¿Por qué habrán de librarse los gibraltareños?

Nadie que yo conozca les desea ningún mal a los habitantes del Peñón, pero si ellos quieren, como han expresado, ser británicos perderán la condición de comunitarios que España, por muy flexible y tolerante que se muestre –y soy de los que no propugnan venganzas– no podrá mantenerles. Si, como es lógico, el ‘brexit’ deja a los británicos fuera de la libre circulación de personas y mercancías por Europa, hay que respetarlo: ellos lo han querido; los demás, no. No será agradable para nadie que para cruzar la frontera de Gibraltar haya que mostrar un pasaporte y tener que pasar el registro en una aduana. Pero eso será igual para los españoles que viajemos a Londres o los vecinos de Oxford que vengan a tomar el sol a Marbella. España tendrá un derecho de veto sobre el trato que la Unión dé a Gibraltar; otros países lo tendrán sobre otras cuestiones porque, repetimos, al Reino Unido nadie le echa y al marcharse se le exigirá que cierre las cuentas, pague lo que debe y reciba el finiquito que le corresponda.
España, que ni es tan buena como algunos la veneran ni tan mala como la consideran otros, es probable que llegado el momento no se comporte con sadismo ante los gibraltareños, españoles al fin y al cabo aunque ellos lo nieguen. Llegado el momento, para el que falta un tiempo, deberán celebrarse negociaciones reposadas –y no con el acaloramiento de Picardo ni la amenaza de guerra de un ministro inglés– y algún acuerdo se logrará aunque, eso es evidente, sin saltarse las decisiones globales del desenganche. Para conseguir esa excepcionalidad que los gibraltareños reclaman con escasos argumentos, nada puede resultar más contraproducente que la actitud vociferante del Ministro Principal de la Colonia. Probablemente manteniendo la calma, bravuconeando menos y propiciando el entendimiento con quien tiene el mango de la sartén, sus conciudadanos van a conseguir más que exaltando los ánimos de propios y sobre todo de quienes tendrán que hacer de tripas corazón ante cualquier cesión voluntaria.

Diego Carcedo.

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