lunes, 24 de abril de 2017

Málaga 451 ... por Pablo Bujalance


Por si alguien se cree todavía aquello de las puñeteras mil tabernas y una sola librería, igual conviene comenzar esta crónica confirmando lo que ya se sabía: La Térmica se quedó ayer pequeña para la tercera edición de Málaga 451: La Noche de los Libros, el evento anual en torno a los mundos de papel que se ha convertido ya en un agente imprescindible del mapa cultural de la ciudad. El cartel apuntaba bien alto, con luminarias como Michel Houellebecq, Nuccio Ordine, James Rhodes, Thurston Moore y Fernando Aramburu al frente, y la respuesta fue consecuente. Ya a las 18:30, la hora en la que se levantó el telón con los acordes del Eva Jiménez Quartet en el escenario reservado a los conciertos, el entorno del antiguo Centro Cívico era un caudal de curiosos e incondicionales que acugdían a ver qué se podía hacer; y el mismo caudal se mantuvo, en sentido creciente, hasta algo incluso más allá de las 2:30, hora vampírica señalada oficialmente para un cierre complicado por cuanto nadie en realidad quería irse. Pero lo mejor no es que acudiera mucha gente (demasiada, tal vez, con colas interminables en todas partes) y todo se llenase, hasta el punto de que de entrada muchos considerasen misión imposible acceder al Auditorio Edgar Neville para ver a Houellebecq; lo mejor, en realidad, era la amplia variedad de públicos que quisieron participar en la velada, lo mismo lectores gafapastas admiradores de tal o cual autor, modernillos de tres al cuarto dispuestos a chafardear de lo lindo ante el personal (el carácter musical conferido a la tercera edición favorecía el aterrizaje de tales ejemplares), vecinos de Los Guindos con ganas de explorar de qué iba el asunto y familias con abuelos, padres y niños llegadas de todas partes para pasar un rato agradable y luego ir a tomar algo por ahí. Respecto a lo que se podía hacer, prácticamente de todo: asistir a encuentros con escritores, disfrutar en los conciertos, comprar libros en los puntos de venta reservados a las editoriales (Blackie Books, Bandaàparte, Dirty Works, Delirio, La Uña Rota, Capitán Swing, Dioptrías y Gallo Nero) y librerías (Rayuela, Luces, Proteo y Prometeo, Mapas y Compañía, Casa del Libro, Fnac, El Corte Inglés, Agapea, Q Pro Q, Comic Stores y Pérgamo) invitadas, visitar la exposición William Burroughs. Nova Convention (comisariada por Thurston Moore y Eva Prinz), probar algo en el área gastronómica, asistir a las funciones de microteatro o simplemente dejarse caer por cualquier sitio a ver qué había. Los más pequeños tuvieron a su disposición una zona infantil dedicada a Harry Potter. Hubo para todos, sí. Con los libros por montera. Se puede decir que Málaga tuvo ayer el gran encuentro literario que venía prometiéndose desde hacía demasiados años y que nunca llegaba. Nunca es tarde, al cabo.


Con gran parte de los espacios de La Térmica consagrados así a La Noche de los Libros, la cuestión puramente literaria se distribuyó entre la sala de poesía, donde leyeron sus versos Carmen López, Biel Mesquida, Amalia Bautista, José Carlos Llop, Ben Clark y el repentista Alexis Díaz Pimenta, que llevó sus cantes improvisados hasta bastante más allá de la madrugada (además de las intervenciones de poesía visual a cargo de Raúl Díaz Rosales); la sala de ensayo y pensamiento, con una nómina de autores a dúo: Jesús Marchamalo y Vicente Molina Foix, Francisca Noguerol y Valerie Miles (que conversaron sobre El último Bolaño con la presentación de Vicente Luis Mora), de nuevo Jesús Marchamalo con Pilar Adón y Luisgé Martín con su monólogo algo subido de tono Una noche al revés. En cuanto al escenario de conciertos, a las 21:00 había quien se daba de tortas para ver a Marwan, pero también destacó el tributo a David Bowie de Mercedes Ferrer y Héctor Márquez (así como, y de qué manera, el spoken word de Thurston Moore a la fértil memoria de William Burroughs). Las mayores atenciones, claro, las recabó el Escenario 451, dedicado a la narrativa, con los citados Fernando Aramburu entrevistado por Juan Cruz, Nuccio Ordine (que se metió en el bolsillo al respetable con su humor y su elogio de lo inútil, y que quizá habría encajado mejor en la sala de ensayo) presentado por Cristina Hernández, el músico James Rhodes (autor de la brutal autobiografía Instrumental) presentado por Silvia Grijalba y, sí, Michel Houellebecq al alimón con la experta en su obra Agathe Novak-Lechevalier. Había que estar ahí, maldita sea. Aunque no quedara espacio libre para un alfiler.


Houellebecq (parapetado tras su indumentaria desaliñada, su cigarrillo electrónico y su copa de vino) y Novak-Lechevalier mantuvieron una entrevista, tal y como se había anunciado, sobre la influencia de la religión en las novelas del primero. Y, para empezar, el autor de Las partículas elementales llamó la atención sobre el, en su opinión evidente, retorno del hecho religioso: "Cuando me marché de Francia, a mediados de los 90, había un animador de radio muy famoso, llamado Maurice, que se dirigía sobre todo a la juventud de los suburbios. Y entonces se podía hablar perfectamente del extrarradio sin hacer mención al Islam. Pero esto hoy ya no es posible. También hay un despertar del catolicismo, algo que parecía inimaginable hace unos años. Pienso en el filósofo Michel Onfray, ateo declarado, que en varias obras daba por concluido el paradigma de la religión católica; pues bien, hace poco leí su último libro, Decadencia, y resulta que se ha visto obligado a cambiar de opinión y admitir el empuje de las religiones como algo vigente". En su ánimo más polémico, Houellebecq admitió que la posibilidad de atacar a una religión "produce por una parte cierto placer, por la posibilidad de tocar algo sagrado. Meterse con el comunismo también puede ser divertido, pero no lo es tanto. Por otra parte, sin embargo, este ejercicio deja un sinsabor". Algo más adelante, preguntado por Novak-Lechevalier sobre las acusaciones de islamofobia tras la publicación de 'Sumisión' (con las que el propio autor llegó a transigir de algún modo), Houellebecq afirmó: "Insultar a una religión es un derecho relacionado con la libertad de expresión. Y yo defiendo ese derecho. Sin entrar en si soy islamófobo o no, lo cierto es que tengo la responsabilidad de defenderme de esas acusaciones".


En cuanto a su relación personal con la religión, el escritor francés evocó una infancia "en la que fui educado por personas no creyentes, incluso anticlericales. Sin embargo, fui a la catequesis, en parte porque era la única actividad que podía hacer un niño en el campo. Por entonces me interesaba mucho la metafísica, y la catequesis se relacionaba mucho con aquello, aunque más con cuestiones sociales y piadosas. Hoy, cada vez que voy a misa, creo que tengo fe, pero cuando salgo de la iglesia desaparece. Digamos que se pasa el efecto, como si fuese una droga. Me dan escalofríos de creencia pero sé que no van a durar mucho". Preguntado por su paso del ateísmo al agnosticismo, Houellebecq habló más bien de "un fracaso personal: he intentado conectar con la fe y no lo he conseguido. Soy un escritor del nihilismo, del miedo al nihilismo, en el sentido nietzscheano. Y si soy un escritor católico, lo soy sólo en la medida en que presento el horror de un mundo sin Dios".


Tras admitir su admiración por Pascal, al que descubrió con 15 años, Houellebecq recordó a otros autores que han abierto en su obra caminos a la religión, como San Pablo ("Es mi influencia más importante. Le debo a San Pablo seguir con vida. Es uno de los mejores autores que conozco, insolente y nervioso, maravilloso. En su obra hay una mezcla de megalomanía y de queja magnífica"), Auguste Comte ("Fue él quien advirtió que después de la Revolución Francesa sería necesaria la religión para la supervivencia del país, y quien creyó compatible la religión con la ciencia, un fenómeno religioso expresado a través del positivismo, algo que influyó decididamente en mí cuando escribí Las partículas elementales"), Chesterton, Nietzsche ("No soy muy creyente, pero su oposición a Cristo, su voluntad de rivalizar contra él, me parece una locura. Es como Dioniso, pero la verdad es que Dioniso nunca me ha convencido como Dios") y Schopenhauer. Si faltaban argumentos para cimentar la leyenda de Michel Houllebecq, ayer quedaron cimentados aquí.


El largo y atronador aplauso con el que fue recibido James Rhodes en el auditorio (algunos llevaban esperándole desde las 20:00) añadió más cotas de emoción a una noche que se prolongó con no pocas certezas y algunas dudas, relativas, tal vez, a la posibilidad de buscar un emplazamiento con mayor capacidad para el próximo año. Larga vida, en todo caso, a La Noche de los Libros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario