lunes, 24 de abril de 2017

Ninguna Pesona es Ilegal ... por Manuel Rivas

El club alemán St. Pauli se define como “faro contestatario del fútbol mundial” y abandera la lucha contra el racismo
EN EL PALCO del Real Madrid, diceGerard Piqué, se mueven los hilos del poder y los negocios. Supongo que en el del Nou Camp también se cuecen bastantes habas. No comprendo tanto escándalo por decir algo que todos intuimos que es cierto, a no ser que sea afirmativa la respuesta a la pregunta a toda la portada de la revista Time: “Is Truth Dead?” (¿ha muerto la verdad?). Cuando las cámaras enfocan a los invitados en los palcos de los grandes, lo que se ve son rostros aburridos, gente a la que no le gusta el fútbol, esa fatiga del ego poderoso al tener que compartir una tontería popular. Cuando celebran un gol, la máxima expresión de alegría se parece a la perplejidad del gallo que experimenta la ilusión de poner un huevo. Es lógico preguntarse por qué y para qué están allí, en los palcos, los gallos. Para poner huevos.

De joven escribí crónicas de fútbol, e incluso mi primera novela podía llevar la etiqueta de serie FC (fútbol criminal). Pero fue mucho más tarde cuando creí que había llegado a la cima del periodismo deportivo, con un artícu­­lo titulado: “¿Se puede ser del Celta y del Deportivo al mismo tiempo?”. La primera vez, y quizás la única, en que conseguí el sueño tan ansiado por el periodismo actual: ¡Arden las redes sociales! Me sentí dueño por un día de los algoritmos. El artículo más leído, reenviado y comentado del día. Por supuesto, me ahorré leer los comentarios. Quería disfrutar de la gloria sin que me salpicara ni una gota de rencor. Hasta que al anochecer me encaminé como siempre hacia el bar La Barra. Nada más entrar, percibí en la atmósfera ese “estado de opinión” que precede al linchamiento. Alguien hizo un giro anatómico forense en el mostrador, me clavó una mirada de ciclogénesis explosiva y me espetó con inequívoca entonación de portavoz popular: “Lo que te pasa a ti, Manolo, es que no tienes ni puta idea de fútbol”. Otro examigo desarrolló lo que eso significaba: “Mira, neno, no puedes amar dos equipos a la vez. El verdadero gozo no es que gane tu equipo, sino que pierda el contrario. ¿Entiendes la filosofía o tengo que volver a explicártela?”. Fue mi último artículo sobre fútbol. Tenían razón: desde pequeño, nunca conseguí que las ideas me llegaran a los pies.






COMO NO PODÍA SER DEL DEPORTIVO Y DEL CELTA AL MISMO TIEMPO, ME HICE DEL ST. PAULI. ESTE CLUB DEL BARRIO DEL PUERTO DE HAMBURGO, NO SOLO PERMITE EL AMOR LIBRE, SINO QUE LO CULTIVA

Como no podía ser del Deportivo y del Celta al mismo tiempo, me hice del St. Pauli. Este club del barrio del puerto de Hamburgo, “el faro contestatario del fútbol mundial”, no solo permite el amor libre, sino que lo cultiva. Con su camiseta pirata, la Jolly Roger, de color negro y calavera estampada, es ya un club de culto para millones de aficionados en el mundo, vecinos de un barrio sin fronteras, disconformes con el fútbol hipercomercial: “Odio eterno al fútbol moderno”. Carles Viñas y Natxo Parra acaban de publicar una historia apasionante de este fenómeno Kult: St. Pauli, otro fútbol es posible (edita Capitán Swing). Este equipo rebelde se pronuncia en sus estatutos contra el racismo y cualquier tipo de discriminación. En el ya mítico Millerntor-Stadion, cada partido se inicia con los acordes de Hells Bells, de la banda AC/DC, y es frecuente que termine con una marcha reivindicativa, como las celebradas en solidaridad con los inmigrantes y refugiados, con un lema que es ya marca del St. Pauli: “Kein Mensch ist illegal” (ninguna persona es ilegal).

La extraña impresión de que en el aniversario del Guernica se festeja un nuevo cuadro: un Guernica sin Gernika. Y, sin embargo, el cuadro sigue murmurando, como las voces que oyen Vladimir y Estragon en Esperando a Godot:
–¿Estar muertas no es bastante para ellas?
–No es bastante.
[Silencio].
Hay más de cien mil guernicas todavía desaparecidos en las fosas y cunetas de España.

Un amigo poeta se lamenta de la precaria alimentación cultural. Después de un recital, sin cobrar, lo llevaron a un fast-food, pero lo peor fue el comentario que oyó de pasada: ¡Los escritores se están hamburguesando!mo y la solidaridad con los inmigrantes

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