domingo, 29 de enero de 2017

Apocalipsis ... por Antonio Soler

George Orwell quizás nunca se topara de frente con el Apocalipsis, pero lo vio bastantes veces de perfil. La primera vez fue en Birmania bajo la bandera británica y siendo él miembro de la policía imperial. La segunda y definitiva fue en los páramos agrestes de Aragón, con remate en las calles de Barcelona, cuando los anarquistas y los comunistas andaban matándose en los alrededores de la plaza de Cataluña y los dirigentes del PCE, obedeciendo órdenes de Moscú, se afanaron por exterminar a sus pseudocorreligionarios del POUM. Más que a un Apocalipsis propiamente dicho, Orwell se enfrentó entonces a un absurdo de proporciones gigantescas. Una secuela ibérica y castiza de lo que Kafka, de modo más abstracto y sutil, había temido. Después, Orwell anduvo por algunos frentes de la II Guerra Mundial, pero fue su experiencia en España lo que determinaría el rumbo de su conciencia. Aquí empezó a larvarse '1.984'.

Ahora, el libro, siempre vigente, ha sido relanzado gracias a Trump, la encarnación zanahoria de algunos de los males que Orwell avanzó en aquella novela. «Todo miembro del Partido vive, desde su nacimiento hasta su muerte, vigilado por la Policía del Pensamiento». La denuncia del stalinismo y sus manipulaciones le valió a Orwell ser tratado como un apestado por la izquierda y como un eterno sospechoso por parte de los conservadores. El intento de controlar la información y manipularla va a estar presente en el mandato del magnate americano. La batalla con los medios está abierta. Una variante del fantasma orwelliano campa por sus respetos y su aliento nos alcanzará a todos. Desde los pantanos de Louisiana a Shanghai y desde las calles de Memphis a las de Málaga. No se trata ya de destacar los rasgos caricaturescos del nuevo presidente -muros, machismo, autarquía, gansterismo político o defensa de la tortura-, sino de encarar una curva de la Historia, afrontar el futuro no como un campo de mejora sino como una zona de incertidumbre en la que los valores solidarios del pasado dan un nuevo paso atrás en favor de una ley de la selva revestida de tecnología y modernidad.

Por su parte, los científicos han adelantado el segundero del Apocalipsis después de evaluar todos los factores que ponen en peligro la existencia humana sobre la Tierra. Donald Trump es un elemento de riesgo, de alto riesgo, según la clase científica. Un pronóstico que a pesar de su rigor entra en el campo de lo especulativo. La ideología que el nuevo presidente expele no pertenece sin embargo al campo de lo quimérico. Es absolutamente real, contrastable. Y si en algún momento tuvimos la esperanza de que una vez asumido el gobierno modularía sus intenciones gracias al control que podrían tener sobre él los resortes del Estado, esa ilusión se va desvaneciendo a cada día que pasa. Estamos ante una nueva forma de tribalismo y empobrecimiento mental, ante el asomo de una de esas profecías que, como la de Orwell, dibujaban el futuro no como progreso sino como regreso.
Antonio Soler

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