sábado, 28 de enero de 2017

El Milagro del Pan y los Peces ... por Juan Gómez-Jurado

Arrancamos 2017, llevamos doce años ya de lectura digital al alcance de todos los públicos, esta está plenamente extendida en la mitad de los hogares europeos y, sin embargo, parece que las leyes van muy por detrás de la realidad.

Esto es mucho más evidente en el apartado de préstamos de libros electrónicos en las bibliotecas públicas de la Unión, un área que lleva mucho tiempo sin estar regulada de manera concisa, lo que lleva a que cada Estado miembro tenga su propia reglamentación al respecto. Debido a la estricta ley de derechos de autor, los libros digitales que pueden ser prestados en los establecimientos públicos están restringidos. Yo, como autor, recibo un porcentaje de regalías por el préstamo de mis libros en algunos países, como Irlanda, que cada mes de octubre me manda escrupulosamente un cheque por unos pocos euros. En otros, como Inglaterra, mis libros no se encuentran disponibles porque el editor así lo ha querido, y mi caso no es el único, formo parte del 99% de los autores cuyos títulos no se prestan jamás. De hecho, los préstamos electrónicos en muchos países de la Unión oscilan entre el 2 y el 3% del total de préstamos.

Hace un par de semanas, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea ha aprobado finalmente la sentencia que pondrá fin a la desigualdad de criterio entre los diversos territorios, y me temo que no son buenas noticias para los usuarios. El Tribunal ha optado por seguir el camino más duro, y asignará una copia digital por cada usuario. Eso quiere decir que esa copia estará en el ordenador de la biblioteca, y cuando un usuario la descargue, nadie más podrá utilizarla hasta que el primer usuario la 'devuelva'.


Es un absurdo y un contrasentido tan grande el que una institución como una biblioteca, cuya función es promover la cultura, ejerza de troglodita para respetar los «derechos de autor», que no sé ni por dónde empezar. Si tuviese que primar un derecho por encima de los demás, seguro que sería el del acceso a la cultura de una forma regulada, sistemática. Ya es bastante difícil conseguir que la gente lea, como para, además, complicarles las cosas aduciendo que un libro digital no está disponible.

No se preocupen, que en lugar de poner tantas copias como fuesen necesarias y darle al autor un céntimo por cada uso, el lector se lo bajará pirata, y gratis. Y aprenderá que no necesita ya las bibliotecas, ni hacer las cosas de la manera correcta. O, por el contrario, podríamos sentarnos los legisladores, los autores y las bibliotecas públicas a debatir cuál sería la mejor opción para mantener la cultura disponible, al alcance de todos, con el mínimo perjuicio económico para los autores y la menor carga para los estados. Porque, en cuestión de cultura digital, el milagro de los panes y los peces es posible si todos nos ponemos de acuerdo.
Juan Gómez-Jurado

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