La agenda mantiene a Pepe Viyuela (Logroño, 1963) atado a Málaga. Ayer ofreció una masterclass
sobre interpretación en el Hotel Vincci Posada del Patio dentro del
programa de School Training y la semana que viene (miércoles 22 y jueves
23) protagoniza Mármol, de Marina Carr, en el Teatro Cervantes,
con una producción de su propia compañía, El Vodevil. Además, en junio
volverá a La Cochera Cabaret con su ya legendaria Encerrona.
Mientras, el intérprete digiere su inclusión en el Consejo Ciudadano
Estatal de Podemos, toda una sorpresa por cuanto su nombre cerraba, a
modo simbólico, la lista de Íñigo Errejón.
-Sigue compaginando su trabajo de clown con obras dramáticas como Rinoceronte o Mármol. ¿Son dos oficios distintos?
-La diferencia con respecto a cuando hago de payaso es que en una obra como Mármol trabajo
con más gente. Pero se trata de lo mismo, de situarte en la atmósfera
que te indica el personaje y dejarte llevar. El placer de meterte en
otra piel y la posibilidad de cambiar tu perspectiva para ponerte en el
lugar de otro se dan igual en ambos casos. Es algo muy natural, casi
instintivo; lo que hacemos es profesionalizar los juegos que practican
los niños, en los que es habitual hacer de otro.
-¿Qué llevó a su compañía a optar por Mármol después de montar El baile de Edgar Neville?
-El
director, Antonio Castro, encontró el texto de la obra en una librería
en Londres. Le gustó mucho y le pareció posible hacerla, dado que tiene
sólo cuatro personajes. También le pareció un aliciente el hecho de que
Marina Carr no fuese una autora muy conocida en España: aunque esto sea
un arma de doble filo, a veces funciona porque puede llamar la atención
de la gente. Y además se abre camino. Presentar al público español una
autora irlandesa es una buena forma de generar intercambios.
-Un crítico definió a Carr como "una Tom Stoppard con gracia".
-Sí, tiene mucho sentido del humor. Vino el año pasado al estreno, en Fuenlabrada, y lo pasamos muy bien con ella.
-¿Le gustó?
-Sí, mucho, y eso que el estreno es el peor momento
para ir a ver una obra. Luego la volvió a ver en el Centro Dramático
Nacional, ya más rodada, y hasta nos prometió una obra exclusiva para
nosotros.
-A tenor de su oficio y de su actividad política, ¿cómo definiría usted la mejor política cultural?
-No soy ningún experto en política cultural, sólo soy
un actor. Pero creo que preferiría una política cultural en la que se
respete la libertad del creador y en la que se pongan los elementos
necesarios para que esa libertad no deje de crecer. Y considero deseable
una política cultural que logre esto sin intervenir, creando un espacio
en el que se pueda crear en libertad sin que parezca que se está
haciendo nada. Hay que creer en la cultura, no desconfiar en ella. No
hay que verla como algo que te puede pasar mala factura por el hecho de
que sea proclive al libre pensamiento. No hay que tenerle miedo y, por
tanto, hay que desistir de dirigirla. Y para esto tienes que creer en
ella, creer que sirve para crear sociedades más libres y más críticas y,
al mismo tiempo, para crear más riqueza.
-¿Riqueza?
-Claro. A menudo, cuando hablamos de cultura, parece
que nos referimos sólo a elementos intelectuales o espirituales, pero
también hay cuestiones materiales que hay que tener en cuenta. La
riqueza, y me refiero a riqueza material, que le ha dado a nuestro país
el hecho de que aquí naciera Cervantes, es más que considerable. Cuidar
nuestro teatro, nuestro cine y toda nuestra creación artística nos hace
grandes y ricos. Así que la mejor política cultural es la que permite
que pase esto sin dirigirlo y sin utilizarlo. Pero lo mismo podríamos
decir de otros ámbitos, como el industrial. Si confiáramos sin reservas
en el desarrollo científico y tecnológico, nuestros investigadores no
tendrían que irse. Pero parece que desconfiamos de todo lo que no sea
turismo.
-¿Le interesa el teatro como instrumento político?
-Sí, el teatro me interesa en todos sus aspectos, ya
sea como mero entretenimiento o como instrumento de agitación. Y no me
refiero necesariamente a la agitación de salir a la calle, sino a la
agitación que sucede cuando se remueven conciencias y llegas a dudar de
lo que piensas, la que te pone en crisis, que es un término que tiene
más connotaciones positivas de lo que parece. El teatro tiene que
cumplir esta función, sin duda. Fíjate en Dario Fo: su teatro es muy
divertido y a la vez muy comprometido, remueve mucho, va directo al
tiempo presente. Creo firmemente en esa responsabilidad y en esa
utilidad del teatro como herramienta de cambio. No sé si debe ser un
cambio político, pero...
-Al final, el término político siempre es muy laxo.
-Es que en realidad todo es política. Todo acto es político. Estamos inmersos en la polis,
no podría ser de otra manera. La forma de relacionarnos, el modo en que
los ciudadanos nos contaminamos unos a otros, todo lo que nos pasa y lo
que hacemos tiene un cariz político. Por eso es inevitable tener una
determinada visión de las cosas.
-¿Se refiere a la ideología?
-Así es. Quien dice que no tiene ideología está
intentando ocultar algo. A algunos unas cosas les parecen injustas, a
otros otras. Todos tenemos un posicionamiento político. No se puede ser
neutral. En cuanto a la injusticia, la neutralidad te coloca al lado de
quien está siendo injusto, no de quien sufre.
-¿Calificaría usted algunos comportamientos del poder en el presente como de censura?
-Es
evidente que no hay una censura institucional. Pero lo que se ha
conseguido, perversamente, es que nos autocensuremos. Que tengamos miedo
a hacer algo que no vaya a funcionar por tocar las narices a alguien.
Nadie te va a advertir de que "eso no lo puedes decir", pero a lo mejor
sí dejan de programarte. En el mundo de lo políticamente correcto pesa
mucho que lo que decimos pueda caer más o menos bien a ciertas personas.
Los cómicos hemos perdido nuestra capacidad de ser tábanos, pero
nuestro trabajo consiste, en gran medida, en incomodar. Ése es el
cometido del bufón, decir lo que nadie se atreve a decir, por más que
pueda costarle caro. Tengo la sensación de hay una dejadez de funciones
en este sentido. Es verdad que tiene que haber un teatro de
entretenimiento, que no le caiga mal a nadie, pero al cómico le
corresponde, en mayor o menor medida, un trabajo de tocapelotas. Lo que
pasa es que ser incómodo es muy incómodo. Tienes que asumir que hay
gente que va a intentar callarte. Acuérdate de Pepe Rubianes: es posible
que él se equivocara en alguna cosa que dijera, pero el arte no se
equivoca nunca. Él no tuvo miedo de caer mal. Su ejemplo debería cundir
más.
-¿Cree que podrá compaginar sus funciones con su compromiso político en Podemos?
-No sé que va a pasar. Es posible que sea un
problema. Pero por otra parte pienso que puede haber aquí una
oportunidad de normalizar una situación por otra parte muy normal. ¿Por
qué no puedo dejar a las claras mi opción política? ¿De verdad alguien
va a dejar de venir a ver una obra porque un actor haya manifestado sus
preferencias? Y si así fuera, ¿son éstos los espectadores que merecemos?
Desde que salió lo del Consejo Ciudadano he recibido varios tuits de
gente que dice que no va a venir a verme. Pero prefiero pensar que la
mayor parte de la sociedad española es suficientemente madura como para
compartir algo con alguien que piensa de otra forma. Aunque sea una obra
de teatro.
Pablo Bujalance
No hay comentarios:
Publicar un comentario