El presidente de la Diputación de Málaga acaba de anunciar algo que se
llevaba mascando en el ambiente desde hace tiempo, probablemente mecido
en aquello tan inexacto y sibilino que se llama sentido común. La
adecuación de la plaza de toros de La Malagueta para que tenga un uso
cultural parece que tendrá pronto un carácter definitivo. El proyecto ya
se conocía. Incluso ya hubo una intentona de mercadillo gourmet saldada
con pitos y abucheos. Tras un par de avisos, la novedad recae en que el
proyecto se solidifica mediante una dotación económica de cuatro
millones de euros que servirán sobre todo para darle a la plaza un
lavado de cara más que necesario, ya que pasearse por los interiores de
la plaza supone realizar un pequeño viaje en el tiempo a una época
bastante más tétrica que la nuestra, y sentarse en el tendido sin
almohadilla cultural resulta una experiencia anacrónica porque fueron
diseñadas cuando los españoles eran, o éramos, más bajitos y cuando las
aficionadas todavía no gastaban minifalda.
La noticia, que debe ser tomada con cautela, parece acertada y
oportuna por dos motivos. Primero, porque no parece de recibo que un
edificio de estas características y con semejante situación tenga un uso
tan limitadito. Cada vez hay menos corridas y parece que incluso menos
afición, lo cual entronca con otro razonamiento que a muchos aficionados
les puede resultar doloroso, porque es real: las corridas de toros
tienen los años contados. No parece que en este Gobierno ni en el
siguiente vayan a decir algo en claro, pero la presión de la Unión
Europea es notable y va a ir a más.
De fondo, habría que ver lo que entendemos unos y otros por eso de
'uso cultural', que últimamente parece servir de comodín. Con todo y con
eso, hemos de celebrar que los 'oles' no vengan sólo provocados por tal
o cual muletazo, sino que también provengan de solos de guitarras, de
quejíos o incluso de poemas, como aquel poeta, ya fallecido, que en
todos sus recitales terminaba cada poema con un «y ya está».
Es de esperar que la ampliación de los usos de La Malagueta sea
pronto una realidad; ya hemos visto de forma puntual cómo la plaza de
toros se ha transformado en el escenario de grandes conciertos y
festejos que no tienen nada que ver con el sacrificio. En otras plazas
se celebran partidos de tenis, obras de teatro y congresos de diverso
pelaje que se han resuelto sin polémicas ni remordimientos ante lo que
muchos consideran 'lugares para la tortura y la muerte'. Hay tanta
normalidad a este respecto que ni siquiera Podemos, cuya opinión sobre
la tauromaquia parece reservada a la intimidad, tiene reparos en
celebrar sus siempre míticas asambleas en un coso taurino en el que
hemos podido ver más sangre que en una faena de José Tomás. Quizá lo de
Vistalegre era en realidad por las minifaldas
Txema Martín.
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