Esta semana un individuo aleccionaba a la eurocámara sobre la diferencia intelectual que existe entre el hombre y la mujer. Y cómo esa diferencia, desfavorable a la hembra, debe redundar en su salario, pues además la mujer es más débil y menos productiva que el hombre. Tal vez ni siquiera debería haberle respondido la representante del PSOE en el Parlamento Europeo. Las palabras del eurodiputado polaco dejaron constancia de cuál es su nivel intelectual, y también apuntaban a cuál debería ser la compensación económica que él debería recibir por parte del que pasa por ser el continente más evolucionado del planeta: cero. Por desgracia, no hace falta viajar demasiado para encontrarnos de frente con lo más retrógrado de nuestra naturaleza. Un hombre resultó muerto y otro malherido en Benalmádena porque uno de ellos coqueteó con la novia de un homo antecessor. Éste último, tan hábil como para conducir un automóvil, acompañado de otro individuo de su especie, atropelló al supuesto galán y a un amigo cuando intentaban huir de su furia prehistórica.
La huida parece imposible. Los genes de la selva siguen vigentes, vienen con nosotros y la educación, la experiencia y la civilización no acaba de arraigar en algunos machos de la especie. El sexo se convierte en demasiados casos en coartada para los abusos de poder o la represión. Ahí está, ahora por suerte varado en un aparcamiento, ese autobús de las vulvas y los penes. Un intento de mantener el espíritu de la caverna y ahormar la realidad a las creencias de una clase dominante. Los brujos se han aliado siempre con los machos de la tribu. Mejor el sexo a escondidas, ese que ahora en Irlanda deja al descubierto esqueletos de bebés en una fosa común, que reconocer que la realidad no es uniforme ni monolítica. Por el barrio de la Victoria iba anteayer una mujer gritando ante las amenazas de muerte de su pareja. Más cueva. En la muñeca de algunos de esta gente cuelga un smartwatch. Lo tendrán parado. Lo lógico sería que llevaran una ristra de huesos y colmillos.
Antonio Soler
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