domingo, 30 de julio de 2017

Nuevas exposiciones en el Museo Ruso


Alexéi y Andreas Jawlesnky: la aventura del color y Espacio 3: Carteles de la Revolución a partir del día 10 de Agosto

Alexéi Jawlensky (1864–1941) no necesita presentación alguna. Las obras de este artista se incluyen en las colecciones de numerosos museos de todo el mundo.
El cartelismo político es uno de los fenómenos artísticos más notables de la Rusia revolucionaria. El lenguaje visual de los carteles de este periodo consiste en símbolos impactantes, sencillos y claros, comprensibles para las masas populares.



Alexéi y Andreas Jawlesnky: la aventura del color

En varios países se han celebrado con gran éxito exposiciones de sus cuadros. Contemporáneo, correligionario y amigo de Vasilly Kandinsky, Gabriele Münter, Paul Klee y otros famosos artistas de las primeras décadas del siglo XX, Alexéi Jawlensky inició su camino como creador en Rusia, estudió junto con Iliá Repin y admiró los lienzos de Valentín Serov, Konstantín Korovin y otros maestros del realismo y del impresionismo.

Tras partir a Alemania en 1896, continuó su formación artística en la escuela de Anton Ažbe junto con sus amigos, también artistas, Ígor Grabar, Dimitri Kardovski y Marianne von Werefkin.

A menudo se reunían para compartir noticias y debatir sobre cuestiones de índole artística. Sólo hacia finales de la década de 1910, después de la revolución de 1917 en Rusia, su contacto se vio prácticamente interrumpido.

No es casual que la obra de Alexéi Jawlensky se exhiba en la presente exposición de Málaga acompañada de las creaciones de otros coetáneos suyos rusos, si bien ya a finales de la década de 1900 el artista recibió influencias de lo más variadas, con la particularidad de que continuó siendo un artista totalmente original e inconfundible en cuanto a su estilo y temática.

A diferencia de Vasili Kandinsky y Paul Klee, Jawlensky se inspiró sobre todo en la realidad, en la naturaleza, los seres humanos y sus rostros, que reflejaban sus estados de ánimo y sentimientos. Pero Jawlensky casi nunca se limitó a reproducir la realidad visible.

El artista transformaba sus asociaciones y emociones, expresadas mediante el color, en imágenes en las que desaparecía toda naturalidad y surgían misteriosos espejismos pictóricos.

En el último periodo de su vida, interesado en la pintura de iconos, creó un ciclo de obras inspiradas en el arte religioso.

Andreas Jawlensky (1902-1984), que hasta 1923 llevó el apellido de su madre -“Nesnakomoff”-, ya de niño sorprendió a muchos artistas famosos por su inmenso talento. Pero la carrera artística de Andreas no fue un camino de rosas.

Durante mucho tiempo estuvo a la sombra de su padre, aunque muy pronto empezó a mostrar sus obras, muy diferentes a las paternas, en exposiciones. A Andreas le interesaba mucho más que a su progenitor el mundo que lo rodeaba: la naturaleza, la gente y la vida.

Sus obras se caracterizan por el predominio del color, del sol y del aire. Poseedor de un estilo genuino y de un repertorio temático propio, la obra de Andreas Jawlensky constituye una interesantísima página del arte europeo de mediados del siglo XX.






Espacio 3: Carteles de la Revolución10/8/2017 - 4/2/2018

El cartelismo político es uno de los fenómenos artísticos más notables de la Rusia revolucionaria. El lenguaje visual de los carteles de este periodo consiste en símbolos impactantes, sencillos y claros, comprensibles para las masas populares.

Permitía al artista dialogar directamente con la calle. Durante los primeros años del poder soviético fue precisamente el cartelismo lo que contribuyó a la formación del nuevo hombre. Los protagonistas de los carteles eran obreros, soldados del Ejército Rojo y campesinos, que personificaban el poder del pueblo.

Y los atributos omnipresentes eran las herramientas del trabajo: la hoz y el martillo, el arado y la azada. Los principales símbolos utilizados en los carteles de este periodo fueron la bandera roja, personificación de la lucha revolucionaria y la sangre derramada en la conquista de la libertad; el sol, que iluminaba un futuro radiante, y las cadenas, viva imagen de la opresión que el proletariado vencedor conseguía romper.

El cartel no admitía las medias tintas. En él se representaba el futuro como un reino de justicia y felicidad en dirección al cual marchaba el pueblo trabajador con paso firme. Pero, por otro lado, también incitaba el odio encarnizado hacia los enemigos, la valentía y la negación rotunda del monstruoso pasado. Una de las maneras de luchar contra los enemigos de la revolución en los carteles era la mofa cruel que respondía a las exigencias de la época.

El cartelismo de los primeros años de poder soviético reflejaba los problemas cruciales del proceso de formación del nuevo Estado, de cuyas soluciones exitosas dependía su futura pervivencia.

Los temas principales venían dictados por la situación histórica: la guerra civil, esto es, la oposición entre los ejércitos Rojo y Blanco; la lucha contra la burguesía internacional; la propaganda antirreligiosa; la liquidación del caos, del hambre, del analfabetismo, etc.

Desempeñaban un papel especial los carteles solemnes diseñados con motivo de las celebraciones revolucionarias. Gozaban de gran popularidad los que anunciaban el Primero de Mayo, el Día Internacional de los Trabajadores, al que se le dedicaban un sinfín de carteles que representaban alegres manifestaciones y corros de obreros y campesinos de todo el mundo.

Muchas figuras de las vanguardias rusas acogieron la Revolución de Octubre con entusiasmo. El joven arte del cartel, dirigido a un amplio espectro de la población, en contraposición a la vieja y elitista cultura artística, captó la atención de los artistas de izquierdas.
La creación de estos carteles era para ellos, ante todo, un espacio de experimentación creativa. Los carteles más destacados de las vanguardias soviéticas se crearon en la sección de Petrogrado de la agencia telegráfica rusa (ROSTA), en funcionamiento entre 1920 y 1922. Sus principales exponentes fueron Vladímir Kozlinski y Vladímir Lébedev.

Sus carteles, coloridos, deslumbrantes y dinámicos, creaban la sensación de escenificar un espectáculo, desafiante y alegre. Por medio de imágenes precisas y colorido localista, los artistas alcanzaban la máxima sencillez y expresividad.

En los mejores carteles de la Rusia revolucionaria se expresa diáfanamente el carácter específico de este tipo de arte: una consiga breve y combativa, una imagen concisa y expresiva, un gesto bien pensado.

El cartelismo de este periodo muestra una gran variedad en cuanto a estilos y tradiciones artísticos en el que se dan cita la estética de las imágenes populares, la cultura gráfica del modernismo y los hallazgos plásticos de las vanguardias.

Presenta diversos principios del arte propagandístico: responde al gusto popular por lo “bello” o, por el contrario, intenta hacer comprender a los espectadores las ideas de los artistas más innovadores. Precisamente en aquellos años el cartelismo artístico formó parte indiscutible de la vida de la Rusia soviética, así como de su cultura e ideología.

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