El pianista británico despide el 7 de agosto el Terral en el Teatro Cervantes, tres meses después de que muchos guardaran horas de cola para verle en la Noche de los Libros en la Térmica. Esta vez el protagonista será el piano, aquella vez lo fue ‘Instrumental: memorias de música, medicina y locura’, el libro en el que relata las violaciones que sufrió desde los seis años por parte de su profesor de boxeo y la espiral autodestructiva que le provocó. Drogas, alcohol, cinco intentos de suicidio, relaciones de pareja turbulentas... una vida destinada a la fatalidad que se recondujo gracias a Bach. No le fue fácil contarlo por escrito, una denuncia de su exmujer se lo impedía por poder dañar a su hijo al ser tan explícito. La justicia evitó ese segundo abuso en forma de silencio y su historia ya es pública.
–A sus 42 años está vivo pese a todo y parece feliz pese a todo. ¿Se considera un superviviente?
–Todos lo somos. Me imagino que has pasado por alguna mierda también, nunca he conocido a nadie que no haya tenido dificultades. Pero no estoy seguro de ser feliz, tengo momentos en los que pienso que estoy bien, pero la mayoría de la gente que conozco está en una lucha. Vivimos en un mundo que va tan rápido y tan lleno de angustias que tener algo creativo para contrarrestar realmente ayuda. Supongo que soy un superviviente, pero no creo que más que nadie.
–¿Qué papel tiene la música clásica en la persona que es usted hoy?
–Ha sido todo. Ha sido como un mejor amigo. Nunca me decepciona. Y es universal, no sólo es música clásica sino música, y funciona para todos, ya sea en la infancia o en la incómoda adolescencia. Nos proporciona todo lo que necesitamos, es como una droga milagrosa que no tiene horribles efectos secundarios.
–Tras escribir y publicar ‘Instrumental: memorias de música, medicina y locura’, ¿ha conseguido superar su pasado o eso no llegará nunca?
–No creo que vaya a suceder. Es como si tienes un cubo de agua y arena. Si agitas la arena, todo se expande y tarda mucho tiempo en volver a posarse, supongo que eso es lo que sucedió con el libro. Y luego estuvo todo el caso legal, que costó dos millones de euros y 18 meses poder publicarlo. Fue prohibido y no se me permitió hablar de ello durante más de un año, y eso realmente me sacó de mí. No fue tan catártico como se podría pensar, pero no fue inútil. Ha sido muy bueno para que cosas como esta se discutan más abiertamente.
–¿Qué ha cambiado en usted desde que le permitieron publicar el libro?
–Siempre trato de cambiar para mejor y unas veces tengo más éxito que otras. Me gusta escribir, es realmente emocionante, me encanta. Es una gran actividad para hacer en el avión y estoy mucho últimamente. Es creativo, así que supongo que me ha cambiado en ese sentido, en que requiere disciplina y pensamiento. Quiero ser mejor en esto, así que la única manera de hacerlo es escribir más y más y más. Quizás ha ayudado a disminuir el estigma en torno a la violación, hay más gente hablando sobre la violación, la enfermedad mental, el suicidio, la autolesión... Pero no es un libro miserable, es una historia de amor sobre la música y la paternidad.
–Entonces, ¿trabaja en otro libro?
–Sí, lo acabo de presentar.
–¿De qué va?
–Es extraño, ¡son unas 80.000 malditas palabras y todavía no sé de qué va! Es no-ficción de nuevo, pero no es una memoria. Es sobre mí en las giras y sobre cómo lidiar con el ruido que todos tenemos en nuestras cabezas. Ya sabes, cuando estás ansioso o deprimido, incluso ligeramente, y parece una heroicidad simplemente salir de la cama, llevar a los niños a la escuela e ir al trabajo. Es acerca de cómo funcionamos en este mundo de hoy, cómo nuestras cabezas están tan jodidas y estamos nadando en un mar de locura. Y hay mucho de España, que es uno de los países que recorrí cuando lo estaba escribiendo.
Sexo, drogas y rock&roll
–Subtitula el libro con la locura, la medicina y la música. Parece una nueva versión del conocido ‘sexo, drogas y rock and roll’. ¿No cree?
–Preferiría el sexo, las drogas y el rock and roll, para ser honestos. Supongo que lo hice a la inversa. Lo intenté, el sexo y las drogas, pero no funcionó muy bien. Así que me concentro en todas las ‘M’ (‘madness’, ‘medication’ and ‘music’), una versión menos cool.
En detalle
- El concierto.
- James Rhodes tocará ‘Partita núm. 1 en si bemol mayor’ de Bach, ‘Balada núm. 4 en fa menor’ de Chopin y ‘Chacona en re menor’ de Bach y Busoni.
- Lugar.
- Teatro Cervantes.
- Fecha.
- 7 de agosto, 20.30 horas
- Entrada.
- Entre 12 y 36 euros.
–Hace unos días se supo que más de 500 niños del coro de Ratisbona fueron víctimas de abusos a lo largo de cinco décadas. ¿Noticias así le hacen revivir su dolor?
–Sí, siempre. No se necesita mucho. Sólo tengo que ver un anuncio en la televisión con un niño y eso es suficiente para desencadenarlo, mucho más si veo una escena de violación explícita en una película. La verdad es que es una epidemia, está en todas partes. Lo único que me sorprende es que la gente se sorprenda y se pregunte cómo ha podido suceder. Incluso el lenguaje que usamos es tan suave y débil... se ‘acosa’, se ‘abusa’. El abuso es la palabra equivocada. Entiendo las razones por las que no queremos afrontar lo que somos capaces de hacer, pero necesitamos abrir los ojos y tristemente esto es sólo la punta del iceberg.
–Sabe que no da la imagen de un pianista convencional. Parece más un artista indie que un músico clásico. ¿Está ya cansado de tanto traje de chaqueta sobre el escenario?
–Pueden hacer lo que quieran, pero nunca lo he entendido. ¿Te imaginas que llamaran a Matt Bellamy de Muse y le dijeran que quieren que toque cinco noches en el O2 de Londres en esmoquin? Se reiría. No hay razón para ello, aparte de tratar de convertirlo en una especie de forma artística elevada y eso es una mierda. La música es la única cosa que nunca puede cambiar y que se ha mantenido durante cientos de años. Y continuará. Probablemente no escucharemos a Harry Styles en 300 años, pero sí a Chopin y Bach. Siempre he tocado como me siento cómodo, no veo por qué hay que tocar atrapado en un traje que te hace sudar como a un hijo de puta. Es lo mismo que hablar con el público. Nadie lo hace y no entiendo por qué.
–¿Por qué cree?
–Es mucho más seguro seguir a la multitud y sentir que eres un tipo superior porque llevas un traje muy elegante, ignoras a la audiencia, le frunces el ceño y luego tocas. Y luego frunces el ceño de nuevo y te vas a casa. Me sentiría estafado como público tras pagar una entrada de 40 euros, yo quiero saber más. Pero es difícil hablar de las piezas, recordar toda la historia, las anécdotas, tanto como aprender a tocar de la forma correcta.
–¿Cambiar la imagen es el primer paso para acabar con los prejuicios a la música clásica?
–No necesita un cambio de imagen, sino un cambio de las personas involucradas; y no me refiero al público sino a los promotores y críticos, a los guardianes del mundo de la música clásica. Ellos dicen que quieren un público más joven, pero no hacen ni el huevo para conseguirlo. Les gusta animar a las personas que llevan traje y corbata, que saben cuándo aplaudir y que pronuncian bien los nombres de los compositores. Y eso me enfurece. Si Mozart o Beethoven fueran a un concierto de hoy, se mearían de la risa. Siempre habrá una audiencia muy culta y rica patrocinada por grandes instituciones y bancos. Y eso está bien, pero yo estoy más interesado en el 99,8% del resto de la gente, en la población que no sabe de música clásica y que le gustaría saber un poco más. Pero antes de llegar incluso a la puerta de un concierto ya hay obstáculos de mierda: ¿Cuándo debo aplaudir?, ¿qué debo llevar?, ¿qué es un movimiento?, ¿voy a disfrutar de Barzoc, Hyden o Mozart? Un montón de gente acaba pensado ‘¡a tomar por culo!’ y se compra ‘Los 50 mejores clásicos del chillout’.
–¿A algún músico de pop-rock se le escuchará en el futuro con tanta veneración como a los clásicos?
–Siempre van a estar Bowie, The Beatles, Freddie Mercury, Jimmy Hendrix... pero creo que es demasiado pronto para hablar sobre los de hoy. Me encantaría pensar que Lana del Rey estará ahí, o Amy Winehouse, pero ¿quién sabe? Sé que a Bob Dylan se le escuchará. Pero mientras la gente está viva, no estás seguro. Casi nada de lo que Schubert escribió se publicó en vida, pero ahora está allí arriba al lado de Beethoven y Bach.
–Dice que Bach le salvó la vida pero lleva tatuado el nombre en ruso de Rachmaninov. ¿Qué le debe a cada uno de ellos?
–Bach es para mí como el abuelo de la música. Hay un vínculo directo desde él hasta la música de hoy. Sin él no existirían Beethoven, Rachmaninov o Justin Bieber. Rachmaninov me encanta porque en un momento en el que todos los demás compositores presionaban los límites armónicos, él decidió aferrarse a sus grandes armas románticas y escribir esas exuberantes melodías. La gente en su tiempo le miraba con desprecio y habría sido muy fácil cambiar para encajar, pero no lo hizo.
REGINA SOTORRÍO y RACHEL HAYNES
Mas sobre Rhodes en Aumor AQUI
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