Las librerías se han enriquecido transformándose en centros culturales
Mañana se conmemora el día de las librerías. En una noria de jornadas dedicadas a cualquier ramo de la actividad humana, fenómeno meteorológico, la flora o la fauna, el día dedicado a las librerías no tendría que tener un significado anecdótico dentro de este calendario de festejos cíclicos. Si las librerías siempre han sido un lugar de culto de donde ha emanado el abecedario de la civilización moderna, ahora, con la información electrónica y la venta directa a través de internet, las librerías se han enriquecido transformándose en centros culturales, en reservas de un conocimiento que difícilmente puede transmitirse a través de la pantalla.
La librería Proteo, galardonada estos días con el premio nacional a la mejor Librería Cultural, es un ejemplo. Por suerte no el único en esta ciudad que, como alguna otra vecina, fue bautizada en su momento como la de las mil tabernas y ninguna (o una, depende de la versión que más guste) librería. Recuerda uno al querido Pepe Negrete, gran librero de la calle Granada, atrincherado tras sus gafas de cristal grueso y su irredento pesimismo, repitiendo el malhadado eslogan en el sombrío páramo cultural de la Málaga de los primeros ochenta. Por suerte, el viejo augurio no se cumplió. La ciudad del paraíso no es un edén libresco, pero gracias al esfuerzo de unos cuantos libreros ha abandonado aquel infierno tabernario para convertirse al menos en purgatorio. Creativos y resistentes estos profesionales se han adaptado a un mundo demasiado escorado hacia lo audiovisual o, directamente, lo banal y en el que demasiadas personas, llevadas por la curiosidad o la búsqueda de un regalo, entran en una librería con la misma timidez y desorientación con que lo podrían hacer en un sexshop.
La verdadera cultura no va a pasar nunca por un camino que sortee el libro, da igual el formato en el que éste viaje. Y detrás del libro siempre será imprescindible que haya libreros ejerciendo su labor, que no es meramente la de despachar el producto de su almacén. El buen librero, como cualquier otro buen profesional, es una fuente de información y de orientación. Un guía que abre puertas e ilumina espacios en penumbra. También, detrás de los libreros deberían estar las instituciones públicas amparando esa actividad que no es únicamente comercial, sino cultural y formativa. De ahí que ante obras públicas, impuestos y diversos gravámenes no acabe de entenderse que los ayuntamientos y otras instituciones no tengan sensibilidad para detectar la importancia de las librerías. Como ciudadanos y profesionales, los vendedores de electrodomésticos y tejidos tienen los mismos derechos que los libreros, faltaría más, pero un ayuntamiento no puede ignorar la repercusión cultural y por tanto social y de progreso de una librería. Del mismo modo que los libreros están teniendo que reinventarse ante el nuevo mundo, los responsables políticos y municipales deberían comprender el significado de una librería. Mañana puede ser un buen día para reflexionar sobre el asunto. Y también pasado mañana, y el sábado, y el domingo, y así hasta el próximo mes de noviembre.
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