La feria es un amontonamiento de gente cuerda que aspira a la locura, a la enajenación y el disparate. Bajan las hordas de los barrios, salen las niñas con el pantalón arremangado hasta las amígdalas y los muchachos pelados a lo Ronaldo (tatuados a lo Ramos, que es más barato). Del Este vienen los de las bermudas, la camiseta meditada o el polo de papá. Los seniors se mueven con estrategia previa, planes que se van al traste nada más pisar la calle, el estrépito, el ambiente de manicomio con la música tronando como una alarma antiaérea. La espuma de los días. Las autoridades salen a la caza del voto futuro o del voto inminente, porque en los últimos tiempos nunca se sabe cuando te pueden caer unas elecciones. Es la siembra del grano ferial, un trabajo agrícola y veraniego, como la siega.
La ciudad es una era por donde pasa el tractor electoral. Usan los candidatos -o aspirantes- camisas de rayas y el sucedáneo de la campechanía. Las candidatas van directamente de peineta o se ponen un lunar en la blusa para advertir que se solidarizan con el pueblo, que ellas también son estrépito, arrabal, barrio, Este y Oeste. La rosa de los vientos siempre hambrienta de votos y fotógrafos, siguiendo el impulso telúrico, porque el voto ya no lo miden por la cabeza sino por la piel, por las esporas que desprenden, o eso intentan, los miembros nominales de la candidatura y su corte de palmeros y esparrings. El pueblo, más que nunca, deja de ser ciudadanía y se convierte en gran público. Voto a granel. Es la hora de las rebajas y la falsa fraternidad, de compartir la pachanga y la camisa de fuerza que entre fuego y fuego artificial pretende unirnos a todos.
En Carlos de Haya se amontonan los enfermos graves, en la Palmilla suena una traca de disparos como aperitivo pirotécnico y en el electrodoméstico nada una sirena catalana con bandera nacional entre los gritos de una locutora epiléptica, tan desaforada como si llevara en el cuerpo catorce madrugadas de feria malagueña con régimen de rebujito, Tío Pepe e insomnio. En Madrid sueñan con un proyecto de Gobierno mientras los socialistas periféricos cuecen a fuego lento a Sánchez, que posiblemente se quede en líder nonato, en otro sueño, este fantasmal y umbrío. No sé si su madrastra Susana vendrá a visitarnos en esta semana de atropello venal de la razón. Si lo hace lo hará como una Isabel la Católica bajada del caballo, paseando la gloria a ras del suelo. El alquitrán recalentado como alfombra. Eso es lo que algunos entienden por llaneza, sacar el carnet de Triana, compartir el sol, los decibelios y ese paisaje cubista de la feria antes de volver al coche oficial, donde además del chófer Susana tiene una piedra de afilar. Al otro lado de la ventanilla, de todas las ventanas de la ciudad, sigue la epidemia de la alegría. La locura programada, comercial y agreste de cada año.
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