Siempre me he reído de la gente que «se quita años». De boquilla, claro, si uno inventara la fórmula para rejuvenecer se haría multimillonario. Aunque muchos se resisten a entrar, el club de los mayores de 65 no para de crecer en Málaga: 62.000 más en la última década. Tal y como están las cosas son casi los que tienen un horizonte más estable.
La generación de los mayores se ha ganado a pulso vivir una jubilación plena. La mayoría se criaron con la enseñanza del respeto a los padres y a los abuelos, en una época en que se reservaba lo mejor para los ancianos. Luego, cuando ellos tuvieron hijos la sociedad había dado un giro total, los niños comenzaban a ser un bien escaso que tendía a mimarse y protegerse. Total, que siempre les tocó ser perdedores. Había incluso un refrán que decía: «Cuando seas padre comerás huevos», que por aquel entonces debía ser un manjar exquisito.
Pese a los achaques y los inconvenientes de la edad, una mayoría viven mejor que nunca a poco que la enfermedad les respete. Cuidan su alimentación, hacen ejercicio y copan la cintas de correr del gimnasio por la mañana, a esa hora que les delata: no tienen que madrugar por necesidad. Y algunos viajan más que sus hijos, encadenados a una hipoteca a cuarenta años, por todo el tiempo que han pasado del trabajo a casa, sin ir más allá del pueblo o del centro.
A partir de los 70 se debe ver la vida con otra perspectiva. María Palma, una de las mujeres rurales que recibió el viernes una distinción de la Junta de Andalucía, recordaba cómo 'levantaba' la casa y se iba con sus siete hijos a hacer la campaña de la aceituna a Antequera, de un pueblo a otro con la familia a cuestas. Eso sí que es una superwoman y no las ejecutivas. Y reconocía que se ha ido de vacaciones «cuando he sido mayor, con el Inserso», porque los viajes de antes se limitaban a un niño que se le ponía malo y tenía que desplazarse a Vélez o a Málaga. Así no le pesan los años y mira al futuro con optimismo.
Hay quien tiene crisis a los 30, a los 40 a los 50... y gente que vive en una crisis permanente. También hay cierta tendencia a decir que los 40 son los nuevos 30 y otras frasecitas parecidas. Tonterías a espuertas. Y luego están los mayores, que saben que la vida no es un camino de rosas y disfrutan de su edad como María o como Elisa, la abuela de 104 años con la que hablaba Ana Pérez-Bryan el domingo en estas páginas. En la cama, pero sonriente y feliz, con sus uñas pintadas de rojo, que cuando se ha pasado mucho no se viene una abajo por un contratiempo.
Los que ahora estamos en esa franja tan abstracta que se llama mediana edad o mucho cambian las cosas o nos va a tocar hacer la travesía inversa y nuestro futuro estará entre morirnos antes o vivir una jubilación peor. Puede que ser viejo tenga sus inconvenientes, pero llegar a ser mayor como María o como Elisa tiene que ser una pasada.
Ana Barreales
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