El martes estuve con La Flaca. Es la primera amiga que tuve al llegar a esta redacción, hace quizá 20 años. A La Flaca le ha dado la vida dos coces consecutivas y ahora marcha un tiempo fuera de España para encontrar ese rato de silencio, de distancia y de descompresión que el daño hondo exige. Lo tiene claro: "He tenido que quedarme sola, muy sola, para atreverme a estar más sola aún, sin miedo a lo que dejo hasta que vuelva". Más o menos dijo esto. Aunque Pedro Simón y yo entendimos de otro modo lo que esa frase lleva dentro. Algo así: ahora me atrevo a ser valiente, volveré al periódico, pero ya sin pavor a perder aquello que me parecía irrenunciable, el sitio. El lugar que uno ocupa en su trabajo y que por una exageración considera exactamente la vida.En este oficio debes mostrarte urgente y propiciarte urgido. Es la idea que muchos tienen de la obra bien hecha. Parar es un motivo de derrota. Respirar mirando a lo lejos sin fijar la vista en nada es síntoma de sospecha. Nuestra tacañería es el tiempo y el silencio. Como si traspapelar el día fuera echarse a perder en la vida. Hay que tener una opinión siempre a punto. Una reflexión que valga para que la actualidad nos crea audaces. La actualidad, no sé si me explico, son los otros. Cuántas veces (algunos) hemos soñado con tomar aire en otras cosas para afianzarnos mejor en lo que uno más quiere. La Flaca y yo amamos este oficio por encima de tantos apetitos.
Al volver al periódico en el 600, con ruido de lata y velocidad de tartana, recordé aquello que nos dijo a unos cuantos el poeta argentino Hugo Mujica una tarde de cervezas en Madrid: "Lo que mejor aprendí en los ocho años que estuve en la Orden Trapense fue a perder el tiempo sin rencor, a mirar, a contemplar, a enterarme". O sea: ganar tiempo perdiéndolo. Es una hermosa lección, por austera. El periodismo es una superproducción en el sentido políticamente correcto. Pero hay algo más cierto aún: el periodismo es un ventilador, una fábrica de abanicos. Aire, mucho aire. Incluso aire más allá del viento.
Yo no tengo una opinión de todo. Tampoco la busco. Y ni siquiera sé si soy capaz. O si me interesa. Pero participo de la mandanga y a veces encuentro algo que tiene utilidad más allá del minuto que pasa desde que alguien la escribe o la dice hasta que desaparece. Es entonces cuando esto merece la pena.
Desconfío de los que saben de todo. De los que nunca toman distancia. De los que viven urgidos por saber más de los otros, cuando en verdad el otro le importa un huevo. De los que jamás dudan. De los que hablan con la lengua hecha guillotina. Desconfío de los sedientos de intriga. De los velocistas de la cháchara. Despilfarramos mucho juicio y así no hay quien se entere de lo importante. Es el juego que toca. Y si no estás en el ajo estás muerto, compadre. O difuminado. Perder el sitio es perder la mísera (o abundante) ración de gloria que te curraste o te prestaron, pero a cambio tu entrega debe ser a tiempo completo. Conviene estar muy dopado de actualidad para esquivar del presente lo necesario. No es gimnasia fácil.
Es el tiempo de menos el que mata las cosechas. Y no sé si te das cuenta. Qué bien lo estás haciendo, Flaca.
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