Una de las noticias que más me duelen, y que por desgracia ocurre cada cierto tiempo, es cuando encuentro que en algún lugar del mundo se ha prohibido un libro en las escuelas. La última ha sucedido en Virginia, donde han decidido cometer un atroz pecado contra dos de las obras maestras más grandes de la literatura universal: 'Huckleberry Finn' de Mark Twain y 'Matar a un ruiseñor' de Harper Lee. La decisión de eliminarlas se produjo después de las quejas de un padre al consejo escolar. El preocupadísimo progenitor alegó insultos raciales como la razón para exigir que los libros fueran prohibidos. «No hacen más que decirme: 'Es un clásico, es un clásico'. Entiendo que esto es un clásico de la literatura. Pero siento que los niños no van a entenderlo», dijo en una reunión del consejo escolar. «Son grandes obras literarias, pero hay (demasiados) insultos raciales y palabras ofensivas que simplemente no se pueden tolerar».
Pues claro, hombre. Claro que se dice la palabra 'nigger' 219 veces en Huckleberry Finn y 48 en 'Matar a un Ruiseñor', porque, además de ser magníficas novelas que amplían nuestra visión del mundo, resultan ser perfectas radiografías de la sociedad de su tiempo. De hecho, la distancia en el tiempo entre una y otra historia, medible en el número de años, explica la diferencia en las veces que aparecen palabras racistas. Es, en sí misma, un objeto de análisis.
En una, el negro Jim es un esclavo, a pesar de lo cual Huck se sacrifica por él, que llega a ser su mejor amigo. En la otra, el negro Tom Robinson es acusado injustamente de violar a una mujer, y Atticus Finch se sacrifica para que se haga justicia. Tanto Huck como Atticus se elevan por encima de las convenciones sociales de su tiempo con sus ideas progresistas. Uno por amistad, el otro por convicción. No por convicción en la causa, puesto que una lectura atenta de la obra de Harper Lee revela en Atticus la sombra del racismo, sino por responder a un más alto ideal de justicia, lo cual lo vuelve aún más heroico e interesante. Prohibir a niños de quince años leer libros que ayudaron a eliminar el racismo porque hay en ellos rastros del mismo no es una solución, sino un error. Es más cómodo para el padre o el educador, claro, porque así no tienen que sentarse con su hijo o alumno a debatir y explicar la obra. Podríamos dejar que los niños solo leyesen 'Teo en la Granja' hasta que cumpliesen 18 años, puesto que no hay ni rastro de nada pernicioso en ellos. De paso, tampoco nada que les suponga conflicto, esfuerzo, desafío o interés. Así podrán crecer creyendo que el mundo ha sido siempre como nosotros se lo dejamos, y no tendrán que cuestionarse nada en absoluto.
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