Reconozcámoslo, para empezar: hay chistes repugnantes. Hacer bromas con los accidentes de un tren con la sangre aún brotando es de una bajeza inasumible. No creo que nadie pueda estar en desacuerdo y, sin embargo, ante una tragedia, las redes sociales -particularmente Twitter, que favorece el anonimato- se llenan de esa bilis soez y desagradable, que pasa por humor. Pero hay grises, me dirán ustedes. Y no les falta razón. Humor es una palabra tan imposible de definir como el propio significante de adquirir. El que no lo posee, siempre presumirá de tenerlo a raudales. El que lo derrocha, lo empobrece. El que lo utiliza como un arma, lo envilece.
Es tan difícil mantener el humor limpio y translúcido como lo es mantener impoluto el cristal de una lujosa pastelería en época de hambruna. Hay demasiadas narices ansiosas y babeantes pegadas. Yo, por ejemplo, no tengo ninguna gracia. Sin embargo sé que el sentido del humor comienza por uno mismo. Es condición sine qua non del chistero: no hagas chistes si no vas a admitir que los hagan contigo.Pongamos por caso a Cassandra (@Kira_95), tuitera de 21 años para la que la Fiscalía pide 2 años y seis meses de cárcel por apología del terrorismo. Una serie de chistes sobre el atentado de ETA contra Carrero, los cuales me niego a reproducir por burdos y estomagantes.Los chistes sobre asesinatos violentos no tienen ni puñetera gracia, los mire uno por donde los mire. Aunque puede uno sentir cierto alivio de ver desaparecer la figura de un tirano, debe recordarse siempre que la condición de tal es opinable, mientras que la de ser humano no lo es. Y ante la duda, no está de más recordar que en el atentado murieron también el inspector Juan Antonio Bueno Fernández y el conductor, José Luis Pérez Mogena, currante y poco sospechoso de tiranías. Víctima colateral del humor legítimo, un señor cuyos hijos tienen ahora 41 y 37 años y seguramente se mueren de risa con esos chistes. No tengo ni idea de dónde están los límites del humor, aunque sospecho que en la calidad humana y la empatía de cada individuo. Lo que encuentro es la imputación de la Fiscalía a Cassandra, cuyo único crimen es esa terrible (y abundante) combinación de pésimo gusto y acceso a internet como la broma más graciosa de todas. Como vivimos en un país libre de delitos perjudiciales o de corrupción, el que un funcionario de la Fiscalía halle tiempo para pedir cárcel a alguien por actuar con necedad me reconforta en gran medida. Buena señal de nuestra excelente salud democrática, sin duda.
Juan Gómez-Jurado
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