La figura de William Peter Blatty está tan unida al mito de El exorcista (que también guionizó) como la de William Friedkin, director de la película. Ambos protagonizaron numerosos enfrentamientos en su día a causa de distintas aproximaciones al material de partida. Hoy ha sido el propio Friedkin el que ha anunciado el fallecimiento de su colega en Twitter.
Posiblemente es a causa del choque de las personalidades de Blatty y Friedkin que El exorcista (1973) fue una película tan apasionante y contradictoria. Exploit de la moda y el pánico social satánico por un lado, sincera reflexión sobre los límites de la fe por otro, esa última vertiente procede de la raíz católica de las creencias de Blatty, que quería dar un sentido último a las potentísimas escenas de posesión. Desde pequeño fue criado en esa fe en Nueva York por una madre muy religiosa, abandonada por el padre de Blatty cuando éste tenía solo tres años.
Después de trabajar en los años cincuenta como vendedor de aspiradoras a domicilio y conductor de camiones entre otros trabajos, entró en el ejército, donde hizo carrera como parte de la división de psicología. Pero pronto abandonó, dispuesto a entrar en el mundo literario. Participó en el Apueste su vida de Groucho Marx para ganar dinero que le permitiera trabajar a tiempo completo, y así empezó, como autor apócrifo de Abigail Van Buren / Pauline Philips y escribiendo una autobiografía en 1960, Wich Way to Mecca, Jack?, acerca de una vida a la que aún le tenían que llegar sus mayores éxitos.
En los sesenta escribió una buena cantidad de comedias para Blake Edwards: El nuevo caso del Inspector Closeau (1964), ¿Qué hiciste en la guerra, papi? (1966) o Gunn (1967), donde conoció a William Friedkin. Sus caminos no se encontrarían de nuevo hasta bastante después: el agente de Blatty le convenció de que debía escribir algo comercial, y éste recordó una clase de teología en sus años universitarios, donde supo del caso de una posesión acontecida en 1949 que le había impactado profundamente. Pensó que podía mejorar las películas de terror satánico del momento, cuenta Jason Zinoman en Sesión sangrienta, como La semilla del diablo (1968): le gustaba la película de Polanski, pero no su final, que le parecía propio de una serie Z de horror cutre: lo que a él le daba miedo era que algo hiciese tambalearse su fe, no que nazca un niño con cuernos.
John Tones
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