Dice
Sabina que los anti taurinos tienen toda la razón, pero que él no puede
dejar de ir a la plaza cuando torea José Tomás. Ni puede ni lo intenta.
Y
es que José Tomás es un torero diferente: Antes de iniciar el paseíllo,
en el callejón -que para él puede ser la antesala de la muerte- evitando
saludos y parabienes y con la mirada perdida,
intenta espantar el miedo canturreando canciones de su amigo Joaquín.
Después,
en el centro del ruedo, y en el silencio más absoluto, la quietud
máxima e infinita se hace presente mientras el toro pasa una y otra vez
bajo la muleta, muy cerca de su figura hierática,
en unos estatuarios como él solo sabe interpretar: Evanescente, sin
prisas, la mano muy baja, los pies muy juntos. Un misterio.
Y
es que José Tomás, también, es un tipo raro: Seco en el trato,
republicano -nunca ha brindado un toro al Rey emérito Juan Carlos- no
permite que las cadenas de TV le graben más de tres
minutos, ausente, por propia voluntad, de las grandes plazas como
Madrid, Sevilla o Bilbao.
El
mejor pagado del escalafón y con pocos amigos en el negocio, en abril
de 2010 en Aguascalientes (México) estuvo a punto de palmarla desangrado
en la misma plaza, lo que le hizo cavilar
mucho sobre su vuelta a los ruedos. “No más de 10 corridas al año, y de
las ganaderías que yo elija”, prometió a los suyos.
Y
es que cuando no torea vive en Estepona con su hijo y su mujer, a la
que conoció de cajera en un supermercado, e implicado en causas
humanitarias que conciernen a la infancia más desfavorecida
con donaciones de las que no quiere dar cuenta.
Juan Belmonte decía: “se torea como se es”.
José Tomás: un misterio.
Manuel Mata
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