Supongo que tanto la izquierda como la derecha han terminado
convirtiéndose en especialistas en manipulación, o que la demagogia y el
populismo no son desde luego territorios ni maneras reservadas a los
nuevos partidos. Son prácticas que vienen de antiguo. La polémica que
viene ahora servida por el impuesto de sucesiones está recalentada en un
microondas orquestado desde los ámbitos liberales y aupada por ciertas
dosis de realidad potenciada por nuestra capacidad para escandalizarnos.
Vale, el impuesto de sucesiones grava algo que ya ha sido gravado
varias veces, hasta su plusvalía.
El hecho de que haya gente que tenga
que renunciar a su herencia porque no puede pagar este impuesto es una
anomalía que queda fatal. En España los ahorros del personal están
emparedados en sus viviendas, y dado que la cuantía que recauda este
impuesto es ridícula comparada con otros gravámenes, se disparan las
sospechas generalizadas de que el de sucesiones es un impuesto diseñado
para fastidiar.
Es entonces cuando el PP hace lo que mejor sabe hacer cuando está en
la oposición, que es exigir cosas que no ha hecho ni está dispuesto a
hacer cuando se termina apoltronado en el poder. Ocurrió lo mismo con el
IVA y aquella ridícula campaña de recogida de firmas. Ahora tenemos el
panorama de cuatro niños ricos que apoyan al partido por la promesa de
supresión de ese impuesto en un ejercicio a medio camino entre la rabia
tributaria y algo tan freudiano como matar al padre. Pero es que además
están manipulados. El PP clama ahora contra este impuesto, lo llama
'impuesto a la muerte', participa y convoca manifestaciones, pero ha
tenido cuatro años de mayoría absoluta en los que podía perfectamente
haberlo suprimido y compensar a las Comunidades Autónomas por la pérdida
de esos ingresos. En ese momento no les pareció una buena idea, ahora
sí. Es curioso cómo cambian las convicciones según se esté en un lado o
en otro del poder. Y, en medio, ciudadanos escandalizados cuando en
realidad la mayoría no desembolsará ni un solo euro por este gravamen
sobre la herencia; sólo un porcentaje irrisorio de la población tendrá
que hacerle frente. Y también es anecdótico el supuesto drama del éxodo
fiscal. Hay muchas mentiras en este asunto.
Lo injusto de todo esto no radica en el impuesto de sucesiones en sí,
sino en la desigualdad que existe entre los españoles provocada por el
desmadre fiscal que han desencadenado las autonomías. El impuesto que
paga un andaluz puede llegar a ser mil veces superior al de un
madrileño. Eso es lo peor, que la 'armonía fiscal' suena muy bien pero
se nos ha ido al carajo. Habría que igualar los tipos de este impuesto,
idealmente a la baja, y visto este clamor quizás acabe desapareciendo.
Pero no es lo mismo manifestarse por los derechos que hacerlo por los
intereses; los matices son importantes, y plantear que los impuestos son
un robo resulta indecente.
Txema Martin
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