lunes, 10 de abril de 2017

Expresión ... por Antonio Soler

Iba uno a escribir sobre los nuevos tiempos y los nuevos usos de la comunicación. Sobre Miguel Angel Heredia y ‘su’ hijaputa Margarita Robles. De cómo las nuevas tecnologías y algunas de sus consecuencias –las redes sociales– unidas a esa plaga de lo políticamente correcto están modificando la comunicación en una especie de dislocado sístole-diástole. Heredia, igual que cualquier persona relevante, debe comportarse como si a todas horas hubiese a su lado un micrófono abierto o la grabadora de un teléfono móvil estuviese en marcha. Ya hablaba de eso el otro día en este espacio Txema Martín, lo público y lo privado. Un lenguaje y otro.

Así que, enlazando una cuestión con otra, iba a escribir uno sobre el rufián Rufián (un simple pero inevitable juego de palabras destinado a alguien que día tras día se gana a pulso que su apellido se convierta en su adjetivo más exacto). Rufián es uno de los máximos campeones a la hora de usar una jerga tabernaria fuera del ámbito correspondiente. Algo tan patético como quien en la barra de un bar emplea el lenguaje de las embajadas. Lo que apesadumbra de este individuo no es que sea un chulo sino que piense –o rumie– que la chulería es un valor, que la grosería vende y está en alza. Rufián, aparte de su afán provocador, participa de la creencia de que lo privado y lo público no deben conocer las diferencias de antes, porque eso significa ser más de izquierdas y de mente más abierta. Los tabiques que separaban lo privado de lo público han caído, muchas veces derribados con piqueta por nosotros mismos, por esos fanáticos de las redes sociales que exhiben públicamente de modo voluntario e impúdico tanto su barriga en la playa como lo primero que se les pasa por la cabeza. Un conglomerado, una pasta espesa en la que bajo el peso de lo supuestamente correcto y del pensamiento más estrecho la censura y la autocensura se debaten frente a unas nuevas y revolucionarias vías de comunicación y a un desorbitado afán de notoriedad y protagonismo.

Los nuevos tiempos. Iba uno a escribir sobre eso, sólo sobre eso, pero mira y vuelve a mirar los periódicos y, al margen de la dispersión física y mental que arrastra el arranque de la Semana Santa, se encuentra con un aire viciado, oscuro, rancio, viejo. El ataque norteamericano a Siria, los muertos de Estocolmo, y ya no siente uno que esté hablando de un tiempo nuevo sino de todo lo contrario. Ya no se trata de la posverdad –esa vieja y sucia mentira cuya única novedad es la de su nombre–, no se trata de que exista un presidente norteamericano que haya sustituido el rigor de algunos de los medios informativos más acreditados del planeta por el bulo del tweet. Se trata de lo de siempre. La baba espesa, el aire podrido que hay antes de las guerras. Aquel hedor de los años treinta, esa peste que unas veces el viento dispersa y otras no.

Antonio Soler

No hay comentarios:

Publicar un comentario