El cantante, compositor y guitarrista maliense, emblema de la música africana del último medio siglo, regresa hoy al Terral y al Teatro Cervantes para hacer honor a la leyenda mandinga
La historia de Salif Keita (Djoliba, 1949) admite varios comienzos, pero bien podría establecerse como punto de partida un día de 1971 en el primer motel que abrió en Bamako. Habían transcurrido poco más de diez años desde que Mali ganara la independencia y su capital se había convertido en un nudo ferroviario clave para viajeros que cruzaban todo el Occidente africano, a bordo de vagones vetustos que en la época colonial habían funcionado como cargueros y ahora admitían pasajeros dispuestos a soportar maratonianos trayectos en condiciones heroicas. La construcción de aquel motel respondió a la necesidad que muchos de estos nómadas tenían de hacer noche en Bamako para esperar la salida del tren que habría de llevarles al siguiente destino. Para amenizar las estancias de sus derrotados clientes, el establecimiento decidió contratar los servicios de dos grupos musicales: la Rail Band practicaba una música más pegada a los cánones tradicionales mandingas, mientras que Les Ambassadeurs du Motel tocaban un repertorio en el que cabían el tango, la rumba cubana, la pachanga, el funk y el rock n' roll.
Las dos formaciones no tardaron en considerarse rivales y durante algunos años protagonizaron con éxito la escena musical de Mali. Al frente de Les Ambassadeurs se encontraba un cantante que llamaba poderosamente la atención del público. Un joven albino que por la ausencia de pigmentación en su piel había sido rechazado por su familia cuando aún era niño. Por el mismo motivo recibía el rechazo de no pocas salas de fiestas. Su destino parecía ser el de un mendigo que mal ganara su vida cantando en la calle. Pero en el motel de Bamako deslumbró con su portentosa voz y su habilidad a la hora de mezclar todo tipo de géneros, incluidos los que, en una prodigiosa odisea de ida y vuelta, regresaban convenientemente enriquecidos desde el otro lado del Atlántico. Aquel joven artista comprendió que podía aspirar a mucho más de lo que le ofrecía aquel motel, así que abandonó Les Ambassadeurs ya en 1972 y emprendió una carrera en solitario que le convirtió en una de las estrellas más deslumbrantes del universo musical africano. Decidió trasladarse a París en 1984, siguiendo la estela que habían dejado pioneros como Manu Dibango, y con ello aumentó su leyenda con una resonancia internacional, forjada con discos como Soro (1987) y especialmente Papa (1999), que grabó para Blue Note y con el que se incorporó a los circuitos de jazz de todo el mundo. Hoy lunes, Salif Keita vuelve a actuar en el Teatro Cervantes, dentro del Terral, a las 20:30. La última noche que cantó en Málaga, en el mismo escenario y el mismo festival, fue la del sábado 15 de julio de 2000. La funesta noche en la que ETA asesinó a José María Martín Carpena.
Keita resucitó a Les Ambassadeurs en 2014 y los embarcó en una gira mundial, pero en realidad el artista nunca terminó de irse de Mali. Después de Moffou (2002) abrió su propio estudio en Bamako y, de la mano, una fundación que lucha por los derechos de las personas albinas, todavía abandonadas a su suerte con demasiada frecuencia en Mali al ser consideradas portadoras de una maldición. "Todos los años que estuve alrededor del mundo, conociendo otras músicas, estuve volviendo al mismo tiempo a las raíces de mi propia música. Cuando regresé a Mali, fue como dejar mi pesado equipaje musical en el suelo, en la tierra. Está claro es que mi música es más rica ahora que cuando partí con un ligero equipaje y muchas ilusiones. Pero ahora, cuando sales del estudio para una pausa, hueles a África. Es totalmente diferente a grabar en París o Nueva York", cuenta a Málaga Hoy. Eso sí, Salif Keita es bien consciente de lo que han significado sus años en París para su trayectoria: "París fue la primera ciudad occidental que se interesó por la música africana desde que Manu Dibango aterrizara allí en los 60. Después, la llegada de la izquierda al poder propició una explosión cultural que, junto con la presencia de buenos productores, permitió que numerosos artistas africanos pudieran presentar su trabajo en emisoras y discográficas". No obstante, el artista se muestra receloso a la hora de establecer diferencias entre los públicos europeos y africanos a cuenta de la recepción de su obra: "La música toca íntimamente a todo el mundo, incluso a quien no entiende el idioma en que se canta. Tal vez esto sorprenda a algunos, pero es lo que hay. Desde que comencé mi carrera hago más conciertos en Occidente que en África y el público que asiste a mis actuaciones procede de culturas muy distintas. Por esto, sin duda, la música es un instrumento eficaz para lograr la paz".
Keita actuará hoy en el Cervantes con un grupo de siete músicos en el que milita Mamadou Diabaté, uno de los maestros de kora (arpa africana tradicional que se fabrica con una calabaza) más importantes de la actualidad y con varias nominaciones a los premios Grammy en su haber. Desde el citado Moffou, y seguramente a tenor del regreso efectivo de Keita a Mali, la música del cantante se ha ido haciendo más introspectiva, más atenta a la propia tradición mandinga y a otras influencias atlánticas y caboverdianas. Pero el miso Keita apunta que la música africana, en su carácter global, es siempre mucho más rica que cualquier particularidad: "Hay una gran cantidad de artistas y estilos. Lo que caracteriza a la música africana y la hace interesante y rica es que cada uno tiene su particular manera de sentirla. Su principal calidad es la diversidad. Ahora bien, la música africana debe ser más internacional, le falta aún abrirse más a otros géneros no africanos, incorporar otras sonoridades. Tiene que explotar". El caso de Mali, un país con un patrimonio musical enorme, en el que ni siquiera las amenazas de grupos yihadistas como Boko Haram han logrado hacer callar las guitarras, conserva hoy connotaciones especiales de la mano de maestros como el recordado Ali Farka Touré, el dúo Amadou et Mariam, Toumani Diabaté, el furor tuareg y eléctrico de Tinariwen y en primera línea Keita, quien afirma: "Llevo siempre la cultura de Mali en mi interior. Y esto implica que también llevo dentro su forma de amar. Esto está muy presente en mi música. No quisiera entrar en terrenos procelosos, pero sí, la forma de amar de Mali, esa cadencia tan singular, está en mi música. La música es una manera más de hacer el amor, obviamente". Amén.
Pablo Bujalance
Málaga Hoy
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