lunes, 7 de mayo de 2018

Pérez Palmis... por Antonio Soler


Si uno tiene bastante suerte, se encontrará en la vida con unas cuantas personas inteligentes, con otras entrañables y divertidas, y si la fortuna sigue sonriendo también dará con algunas personas buenas. Sólo si los astros sonríen de forma especial se encontrará con alguien que reúna en sí mismo todas esas virtudes de forma nítida. Los que hemos sido amigos de Pepe Pérez Palmis sabemos de lo que hablamos. Él era un compendio de todas esas cualidades. Si se hace un trazado sucinto de su biografía, fabricado únicamente con datos, se demuestra casi de modo matemático que eso ha sido así. Licenciado en Derecho, experto conocedor del mundo empresarial a través de su puesto en el Banco Exterior en Valencia, presidente del Consejo Social de la Universidad de Málaga, impulsor decisivo para la creación del Parque Tecnológico, presidente de la Asociación para la Investigación y la Tecnología, entidad sin ánimo de lucro que ha propiciado la contratación laboral de dos mil personas a través de su centro de empleo.


Esos son unos cuantos datos. Lo que se desprende de ellos es una vida dedicada a la creación de nuevas vías de conocimiento, al altruismo. Una mano tendida a los necesitados y un inconformismo que no tenía otro objetivo que la justicia social. También parece obvio que la cultura es uno de los elementos esenciales de esa biografía. Gracias a ella lo conocí. Viejo amigo del mítico escritor Miguel Espinosa, murciano como él, Pérez Palmis quiso saber si uno, entonces incipiente novelista, estaba al tanto de la existencia del marginal Espinosa, del cual entonces aparecía un libro póstumo. Concertamos una cita por medio de otro prodigio, Rafael Pérez Estrada. La pasión común por Espinosa fue el primer paso.



Hubo encuentros causales con el atleta Pérez Palmis, incansable corredor de fondo que después de vencer terribles enfermedades se enfundaba su camiseta blanca y se iba a trotar por esta ciudad que hizo suya hasta la médula. Salón de los Espejos, auditorios universitarios, cenas entre amigos. Y paseos por La Palmilla, bares que tenían asientos de automóviles desguazados a modo de butacas para los clientes, inmigrantes que lo saludaban como a un redentor. Pepe Pérez Palmis inició en La Palmilla uno de sus proyectos más queridos. Hace casi treinta años se instaló en un local cedido por la parroquia del barrio y desde allí empezó una labor social, a pie de calle, reutilizando ordenadores de desecho para que los desheredados tuvieran acceso a las nuevas tecnologías, aguijoneando a las instituciones, rehuyendo la política barata y convirtiendo aquel local en un centro de empleo que sacó de la marginalidad a tanta gente. Y siempre restándose protagonismo, a caballo entre la ironía y la ternura. Viejo Pepe que esta semana ha dejado un hueco irremplazable en la ciudad, en todos los afortunados que tuvimos la suerte de cruzarnos con él y compartir a su lado una parte del camino. Ahora todos huérfanos, Hannelore, sus hijos, sus amigos y esos otros hijos a los que casi desde el anonimato dio amparo y les dio otra vi


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