jueves, 4 de agosto de 2016

Enemigo Público...por Antonio Soler

Fue serpiente de verano, espécimen del papel couché y compinche de la cuadrilla que vino a esquilmar Marbella con la estrecha colaboración de unos enardecidos votantes que durante más de una década no pararon de avalar la mayoría absoluta del clan mafioso. Julián Muñoz. Conmilitón de Gil antes de desafiarlo en aquella especie de duelo en OK Corral que celebraron ante las cámaras de no me acuerdo qué televisión privada. Un duelo a escupitajos y amenazas que quedó en lo que quedan los fuegos artificiales, en olor a pólvora quemada y en un sentimiento de vacío. Fulgor cutre de camaleones, el jefe indignado por la rebeldía del subalterno y éste creyéndose que había logrado librarse de la tutela de su patrón. El muñeco queriendo ser autónomo.


Tenía el viento a favor o eso se pensaba. La vara de la alcaldía, una amante que fabulaba ser la novia de España y una caterva de paparazzi esperándolo en la esquina de cualquier aeropuerto. Había visto cómo la impunidad era la norma y quiso subirse a ese carro. Su pasado político, con carnet del PSOE, quedó en el fango, tirado en uno de esos recodos del Rocío por donde se paseó en carreta, con los pantalones calzados hasta la mitad del tórax y haciendo aguas menores ante la vista del reporterismo rosa, o sea ante toda España. La noria iba hacia su punto más alto, ese que coincide con la hora exacta del mediodía y que en este caso coincidía también con el más siniestro. La noria bajó, vaya si bajó, y lo hizo a ritmo de infierno, con los ejes desbaratados. Así es como se desarticulan algunas existencias. La biografía arrugada como una bola de papel y echada a la papelera.

De aquel fulgor cutre, Muñoz pasó a batir el récord carcelario. Arrastra 43 condenas firmes, cumple siete condenas. Sin importar que el puesto estuviera duramente reñido, el ex alcalde de Marbella se convirtió en el Lute de la democracia, la bestia negra judicial. Nadie en todo el Mediterráneo o en los sumideros de Madrid ha conseguido tanta condena. Ahora le funden los castigos y le dejan el tenebroso horizonte de veinte años para purgar su larga cadena de despropósitos. Lo que queda de aquel altanero boy de la cupletista chillona es un hombre derrotado. Ha pedido perdón y reconocido la culpa. Hace acto de contricción. Aseguran los funcionarios de Alhaurín que siempre, desde su ingreso, fue una persona cordial, humilde y educada. Aquello de «Dientes, dientes», era un contagio, el delirio que acompaña a la tonadillera. La cupletista, una vez hundidos techo y suelo, voló lejos. Muñoz enfermó. En la enfermería penitenciaria afirman que gente en su caso está en la calle y otros, algo más graves, siguen dentro. Puede que haya algo de ejemplaridad en su trato carcelario, y también un comprensible toque de dramatismo por parte de Muñoz. El mayor enemigo público. Un hombre de circunstancias, un muñeco de aquel país que confundió el oro con la purpurina.

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