Los tebeos e ilustraciones de David Sánchez siempre fueron inquietantes, pero en su nueva obra el madrileño va un poco más allá
En Un millón de años (Astiberri,
2017), David Sánchez nos teletransporta a un yermo distópico lleno de
personajes misteriosos y deidades entre lo pagano y lo psicodélico. El
autor de No cambies nunca y portadista de la editorial Errata Naturae ha parido una biblia mutante, hipnótica y desasosegante. Tanto como su mundo interior.
¿De dónde salió la inspiración para Un millón de años?
Estaba haciendo otro tebeo. Llevaba unas
30 páginas y, de repente, me vino esta idea. Había cosas en mis otros
cómics con las que no andaba del todo cómodo. En el que estaba haciendo,
aunque yo creía que estaba cambiando esas cosas, en el fondo me estaba
sintiendo igual de incómodo. ¿Cómo definiría esas cosas? Pues, por
ejemplo, que las situaciones se diesen en terrenos reconocibles o no tan
de ficción como en este cómic. Me di cuenta de que quería hacer algo
que perteneciese mucho más al terreno de la ficción. Más tarde, se ven
reflejadas las cosas que me interesan.
Has creado una religión de facto alrededor de la obra ¿Ha resultado muy difícil?
Simplemente me pongo a trabajar y dejo que la imaginación
vuele más que tener toda una idea. Yo no construyo una trama, por
ejemplo, ni planteo un guion. Fui haciendo capítulos con la idea de que
formasen parte de algo global, como si fuesen parábolas, pero hay más
improvisación que planificación.
Pese a ser capítulos separados, sí se repiten una serie de personajes y acaban confluyendo.
La sensación que quiero dar es la de que
todas comparten el mismo rollo religioso y el mismo entorno. No me
apetecía hacer una narración clásica, como hacía en mis otros tebeos. No
me considero un escritor, soy un dibujante y lo que me gusta es
dibujar. Mi manera de construir historias es quizás más parecida a la de
un pintor abstracto, que no racionaliza demasiado las cosas, que a la
de un escritor.
En Un millón de años hay vínculos con grandes distopías como la saga Mad Max. ¿Eres un gran consumidor de ese género?
Mad Max
sí me gusta mucho desde pequeño, pero la idea tampoco era ir por ese
camino. Sí que te puedo contar que cuando decidí abandonar el cómic que
estaba haciendo para meterme en Un millón de años es porque me
compré un montón de tebeos malísimos de Conan, sus tiras de prensa. Ahí
estaba la clave de lo que yo quería hacer. Vi que quería hacer ficción.
Quería inventármelo todo.
Además Conan tiene mucho de cultos religiosos y temas así.
Sí, un poco de religión y tal. De ahí me vino la chispa y
luego el cómic que ha salido es, para mí, el tebeo más personal que he
hecho, con cosas que me salen de muy adentro y dejándome inspirar
muchísimo y sintiéndome muy libre, moviéndome mucho por intuición.
"Es como una biblia psicodélica postapocalíptica. Mi intención era darle ese tono"
Tu manera de contar resulta inquietante. ¿Buscas generar esta reacción o es sencillamente tu manera de hacer?
Está claro que a mí me gusta que las narraciones tengan
ese punto, que es también el que disfruto como espectador y como lector.
Luego también es que me sale así. Sí que creo que las historias tienen
que ser un poco jodidas. ¿A quién le interesa una historia feliz? Lo que
buscas cuando consumes estas cosas es un poco de impacto, que se te
mueva algo, que te impresione de alguna manera.
Tu obra se suele asociar a David Lynch, y es posible que Un millón de años haga que se te relacione con David Cronenberg. ¿Eso te halaga o te molesta?
Al principio sí me parecía bien, porque está claro que en mis primeras obras no puedo ocultar que la manera de narrar es lynchiana total, y que además David Lynch
es una persona que adoro, me flipa todo lo que hace ese hombre. Pero
cuando tomas conciencia de ello intentas apartarte, no solamente de él
sino de todas las influencias posibles. Yo creo que en este tebeo no hay
ese punto Lynch. Son historias que van de A a B, sin trampas. Acaban y
empiezan. Perseguía más una estructura de parábola bíblica que de
narración a lo Lynch. David Cronenberg me gusta mucho, pero no hay una referencia consciente.
¿Cómo definirías Un millón de años?
Es como una biblia psicodélica postapocalíptica. Mi
intención era darle ese tono. Al final, la Biblia es un conjunto de
historias inconexas que tienen en común que todas hablan de Dios. Yo
quería hacer eso pero pasado de vueltas, a mi bola.
Hay también un auténtico estudio sobre la figura divina.
Me interesa muchísimo la idea y el concepto de Dios.
Bueno, en realidad, creo que es algo que le interesa a todo el mundo,
que todo el mundo se ha planteado seriamente, aunque sea para
posicionarse en un lado u otro. Cuando tú le preguntas a alguien si cree
en Dios, nadie te dice que no se lo ha planteado.
¿Por qué crees que nos interesa tanto el Apocalipsis?
No lo sé, la verdad. En mi caso, más que el Apocalipsis me
interesaba el tono de la historia, ese punto bíblico que quizás sí se
ha ido a un rollo apocalíptico más de lo que me habría gustado. ¿Por qué
interesa? No tengo ni idea. ¿Por qué va a suceder? Supongo que es un
miedo del ser humano, que todo desaparezca.
¿Para ti hacer tus cómics resulta más liberador que hacer ilustración?
Para mí sí. Yo lo trato de utilizar así. Tengo que
trabajar para ganar dinero de otra manera, pero cuando hago un cómic lo
que quiero es libertad. No quiero ni la opinión de un editor. De hecho,
yo acabo el tebeo y cuando está acabado lo enseño. No me gusta tener a
nadie encima. Quiero libertad total.
¿Puede que Un millón de años te anime a hacer cómics más habitualmente?
Claro, es mi objetivo, tener tiempo para hacer más cómics.
Es lo que más disfruto. Estos años que he estado sin publicar nada
estaba un poco cansado y enfadado. Me apetecía probar otras cosas pero,
en realidad, me ha servido para darme cuenta que el campo donde más
tengo que ofrecer es el cómic, sobre todo por la manera que tengo de
trabajar, que no se ciñe a un método de narración clásica, que me
permite sacar cosas que a mí me conmueven y me inspiran mucho. Me voy a
poner a hacer otro cómic ya mismo.
DAVID SANCHEZ
Madrid (1977). Es el creador de la marca de camisetas Mong T-Shirts, para la que sigue diseñando dos colecciones anuales.
Ha ilustrado los libros El destripador, de Robert Desnos y Paul está muerto para Errata Naturae, editorial de la que es responsable gráfico, realizando el diseño de sus colecciones así como las portadas de todos sus títulos.
También ha publicado en Calle 20, El País de las Tentaciones, El Semanal, el suplemento cultural de El País EP3, Man, Público, Rolling Stone, Shangay Express y El Manglar.
Su primera novela gráfica, Tú me has matado (Astiberri, 2010), le valió el premio al autor revelación en el Salón Internacional del Cómic de Barcelona. Su siguiente obra, No cambies nunca (Astiberri, 2012), fue nominada a mejor obra de autor español en el mismo salón. También es el autor de Videojuegos (Astiberri, 2012) y de La muerte en los ojos (¡Caramba!, 2012) e ilustró los dos diccionarios de jerga española Con dos huevos (Astiberri, 2014) y Cagando leches (Astiberri, 2015), con textos de Héloïse Guerrier.
Su última obra publicada como autor completo es Un millón de años (Astiberri, 2017)
Ha ilustrado los libros El destripador, de Robert Desnos y Paul está muerto para Errata Naturae, editorial de la que es responsable gráfico, realizando el diseño de sus colecciones así como las portadas de todos sus títulos.
También ha publicado en Calle 20, El País de las Tentaciones, El Semanal, el suplemento cultural de El País EP3, Man, Público, Rolling Stone, Shangay Express y El Manglar.
Su primera novela gráfica, Tú me has matado (Astiberri, 2010), le valió el premio al autor revelación en el Salón Internacional del Cómic de Barcelona. Su siguiente obra, No cambies nunca (Astiberri, 2012), fue nominada a mejor obra de autor español en el mismo salón. También es el autor de Videojuegos (Astiberri, 2012) y de La muerte en los ojos (¡Caramba!, 2012) e ilustró los dos diccionarios de jerga española Con dos huevos (Astiberri, 2014) y Cagando leches (Astiberri, 2015), con textos de Héloïse Guerrier.
Su última obra publicada como autor completo es Un millón de años (Astiberri, 2017)
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