Luis Enrique, entrenador del Barcelona, confiesa después de enfrentarse con la Juventus que «hoy me cuesta más creer». El entrenador asturiano no parece un hombre demasiado espiritual. Lo suyo es el OK Corral de las ruedas de prensa y el regate brusco. Un hombre a la defensiva en una casa que brilló por su espíritu ofensivo. Son los tiempos. Tiempos de poca y dañada fe. Está en el aire esa prevención, ese estado de alerta, previo al ataque o a la ofensa. El lunes por la noche el pánico se extendió por una parte de Málaga. Una pelea entre espectadores del Cautivo originó una estampida. De pronto un kamikaze, un terrorista, un loco corría armado por las calles de la ciudad en busca de cualquier víctima que encontrara a su paso. Inocentes para el degüello o la explosión. La avalancha produjo heridos leves, no tuvo consecuencias mayores, pero dejó constancia de cual es el estado de tensión en el que vivimos.
Continuamos meritoriamente cumpliendo con nuestras costumbres, haciendo ostentación de nuestra libertad. No renunciamos a nuestro sistema de vida ni le concedemos al enemigo ese principio de victoria de guarecernos en nuestras casas. Pero la fe es frágil. Un petardo, unos gritos, cualquier nimiedad hace aflorar el miedo. Estamos advertidos. Niza, Estocolmo, Londres pesan no solo en el subconsciente, sino en la orilla de la razón. El fútbol, y no sólo en la faceta deportiva que mina la fe del patético Luis Enrique, también se ve afectado. Cualquier aglomeración humana se ha convertido en una posibilidad de desastre. Con más o menos interés hemos puesto atención a los macetones, los bolardos y los obstáculos que los ayuntamientos han colocado en las principales vías para dificultar una masacre. Y en un instante saltan al primer plano de nuestra conciencia.
El terrorismo de low cost nos convierte en objetivos relativamente fáciles. De pronto todos somos presuntos novios de la muerte. Como esos legionarios que acudieron al hospital Materno para darles camisetas y chucherías a los niños enfermos, y para cantar loas a la muerte dedicadas a los menos graves. En IU se han irritado con la visita. Si nos atenemos a los orígenes de la Legión está claro su ejemplo no es el mejor para los niños. Fuerzas de choque colonialistas fundadas por un filofascista de ideología cochambrosa y con un himno al que ya en 1.936 el zigzagueante Unamuno le puso los puntos sobre las íes. Sin embargo se supone que todo eso quedó atrás, la legión de hoy es una parte del ejército de un país democrático. Conservan la cabra, la borla del gorro y una leyenda. Y un himno entre romántico y macabro. Un emblema social, unos protagonistas que pueden impresionar y alegrarle el día a unos niños enfermos. La sociedad también anda algo enferma. Y el fútbol. Penalties que surgen de la nada como milagros, novios de la muerte convertidos en ángeles de la guarda, una bronca de macarras que a los pies del Cautivo se transforma en yihadismo
Continuamos meritoriamente cumpliendo con nuestras costumbres, haciendo ostentación de nuestra libertad. No renunciamos a nuestro sistema de vida ni le concedemos al enemigo ese principio de victoria de guarecernos en nuestras casas. Pero la fe es frágil. Un petardo, unos gritos, cualquier nimiedad hace aflorar el miedo. Estamos advertidos. Niza, Estocolmo, Londres pesan no solo en el subconsciente, sino en la orilla de la razón. El fútbol, y no sólo en la faceta deportiva que mina la fe del patético Luis Enrique, también se ve afectado. Cualquier aglomeración humana se ha convertido en una posibilidad de desastre. Con más o menos interés hemos puesto atención a los macetones, los bolardos y los obstáculos que los ayuntamientos han colocado en las principales vías para dificultar una masacre. Y en un instante saltan al primer plano de nuestra conciencia.
El terrorismo de low cost nos convierte en objetivos relativamente fáciles. De pronto todos somos presuntos novios de la muerte. Como esos legionarios que acudieron al hospital Materno para darles camisetas y chucherías a los niños enfermos, y para cantar loas a la muerte dedicadas a los menos graves. En IU se han irritado con la visita. Si nos atenemos a los orígenes de la Legión está claro su ejemplo no es el mejor para los niños. Fuerzas de choque colonialistas fundadas por un filofascista de ideología cochambrosa y con un himno al que ya en 1.936 el zigzagueante Unamuno le puso los puntos sobre las íes. Sin embargo se supone que todo eso quedó atrás, la legión de hoy es una parte del ejército de un país democrático. Conservan la cabra, la borla del gorro y una leyenda. Y un himno entre romántico y macabro. Un emblema social, unos protagonistas que pueden impresionar y alegrarle el día a unos niños enfermos. La sociedad también anda algo enferma. Y el fútbol. Penalties que surgen de la nada como milagros, novios de la muerte convertidos en ángeles de la guarda, una bronca de macarras que a los pies del Cautivo se transforma en yihadismo
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