Las personas frágiles se rompen por dentro con el estrépito atenuado de una copa de vino. Se rompen en las oficinas y en los cócteles y en el autobús, se rompen también en las cocinas de sus casas sin que nadie se dé cuenta. Y cuando se recomponen, es para volver a romperse a la vuelta de la esquina. Pensaba esto en el metro, observando a una mujer ecuatoriana que mientras hablaba por teléfono se rompía como un reloj de arena. ¿En qué notaba yo que se rompía? En su rostro, que intentaba ocultar a medida que la conversación progresaba. Olvídate de las cataratas del Niágara, de las puestas de sol en África, de los amaneceres en el Peloponeso. No has visto nada si no has presenciado el rompimiento de alguien en vivo y en directo. La mujer ecuatoriana estaba en ello, en romperse mientras asentía a lo que le decían al otro lado del móvil. Con cada asentimiento producía un crujido que solo era audible para mí, como si masticara una lámina de vidrio delgado. Hay personas tan desgraciadas que mastican cristal incluso cuando comen coles de Bruselas.
La mujer ecuatoriana colgó el teléfono, lo guardó en el bolso, y se apoyó en la puerta del vagón sorbiéndose delicadamente los mocos. Era la estampa del miedo, de la soledad, la imagen misma de la derrota. En su interior, mientras ella permanecía en pie, se derrumbaban edificios, reventaban cañerías, se sucedían truenos y relámpagos. Después, su pecho se quedaba a oscuras, como cuando cierras la nevera. Se desabrochó el primer botón del abrigo porque tenía dificultades para respirar debido a un ataque de hiperventilación. Debía de conocer los síntomas, puesto que empezó a administrar las inspiraciones, y se bajó en la siguiente parada, que seguramente no era la suya, en busca aire. Mientras el tren arrancaba de nuevo, la vi subir apresuradamente por las escaleras desde mi ventanilla.
Todos los días, en el metro, en el bar, en la calle, en la tienda de los chinos, descubro a alguien que se rompe por dentro como una varilla delgadísima de cristal. Se trata de un infrapoder que he adquirido de forma misteriosa y que podría acabar conmigo, pues cada vez que alguien se rompe ahí fuera, me rompo yo también aquí dentro.
Juan José Millás
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