Desconfían del animal herido y quieren hacer del futuro una cuestión de testosterona por encima del consenso
El baile de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias tiene mucho de antropofagia. No es el abrazo del oso. Aquí los dos llevan guardado su propio puñal -tal como los han representado en tantas viñetas- y además practican un metafísico juego de espejos en el que Pedro quiere ser Pablo y Pablo ambiciona ser Pedro. Cada uno anhela el espacio electoral del otro. Sánchez, a fuerza de guiños izquierdistas que pueden acabar en espasmos, quiere recuperar los dos o tres millones de votos que considera que Podemos le ha arrebatado al PSOE por la vía del voto joven y el descontento. El descontento es un voto que va parejo a nuestra democracia y que, después de las elecciones del 77 que ahora se conmemoran, apareció bajo el manto de eso que entonces se llamó 'el desencanto'.
La casa de los sueños no existía. La política no vino a sentarse al sofá de cada casa a resolver los problemas de cada cual. El paro brutal de entonces, casi tanto como el de ahora, y una juventud varada en tierra de nadie, más pacata y con menos idiomas pero no tan diferente a la actual, se tradujeron en ese desencantado abandono de la fórmula mágica. 2008, el desplome de la casa encantada (ya no ideológica sino mercantil e incluso mercenaria), el 11-M, una corrupción contagiosa saliendo bajo la puerta de cada una de las instituciones que se suponía nos amparaban y la indignación convirtieron aquel PSOE rampante de la Transición en un partido anémico y con la puntilla internacional del populismo apuntando a su bulbo raquídeo.Sánchez pretende acabar con todo eso a base bailar agarrado con su peor enemigo. El aura de mártir lo ha llevado de nuevo al centro de la pista de baile y ahora parece enredarse en el mismo sitio donde hace unos cuantos meses se pisó los cordones de los zapatos. Quiere ir al punto de partida, anteayer Iglesias, ayer Rivera, para desarrollar una coreografía aumentada y corregida. Ya no lo van a volver a defenestrar sus compañeros en un comité federal caníbal como el del pasado 1 de octubre, pero las urnas pueden seguir convertidas en una trituradora de voto socialista si el renacido Sánchez insiste en fórmulas simplistas y monocordes al estilo del No es No o Sí es Sí. Para empezar, bailes y danzas regionales aparte, debe enfrentarse al encaje de sus congresos provinciales. Ahí es donde de verdad deberá producirse la famosa costura de su partido. Las viejas palabras de Azaña -Paz, piedad y perdón- deberían convertirse en lema allá donde Sánchez reina y contagiar con ellas los territorios del sur. Pero, claro, Azaña no era socialista y nadie lo escuchó nunca. En Málaga, muchos de los partidarios de Sánchez siguen aferrados al enfrentamiento directo con el susanismo. Desconfían del animal herido y quieren hacer del futuro una cuestión de testosterona por encima del consenso. La mejor fórmula para continuar la cuesta abajo del partido y dejar el movimiento de su jefe en mera danza, en pura coreografía.
Antonio Soler
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