domingo, 2 de julio de 2017

Conciencia ... por Antonio Soler

La conciencia, en política, es una masa moldeable, una plastilina que normalmente se adapta a la forma de los sillones y tapa los poros por los que puede fugarse el poder. El partido, o alguien del partido, decide, y las conciencias se amoldan a ese mandamiento. Para eso juraron un día fidelidad a ese ente que en demasiados casos piensa por ellos. Hasta que el asunto a tratar rasga la membrana que el partido te da al entrar y la sangre propia hierve o se vierte al exterior. En Málaga, tenemos el ejemplo de Celia Villalobos como caso particular de esa rebeldía. El revestimiento que en su día le procuraron era endeble o la sangre de nuestra inefable diputada entraba pronto en ebullición. El caso es que Villalobos faltaba más de la cuenta a la cita con la disciplina de voto y su botón se quedaba sin pulsar a causa de retortijones de conciencia. Cuando eso ocurre con cierta frecuencia, la cuestión que de inmediato se suscita es 'Qué hace una chica como tú en un partido como este'. Por suerte, o por desgracia, Villalobos siempre zanjó de modo tajante y sonoro el asunto.

Con menos brío, el concejal Gonzalo Sichar trata ahora de explicar cómo la conciencia se le anudó en las tripas y le impidió unir su voto al de sus dos compañeros de partido. Todas las miradas del municipio, según él a su pesar, fueron a posarse en el edil de Ciudadanos. No ya por la peliaguda cuestión que provocó su escrupulosa conmoción interna -la petición de que el CAC tenga una gestión municipal-, sino porque su ruptura de disciplina abría una puerta a todo un mundo de especulaciones. Sichar había sondeado tiempo atrás al defenestrado Espinosa sobre cómo se vivía a la intemperie como miembro no adscrito a ningún partido. Los rumores sobre su mala relación con su jefe Cassá tenían la consistencia del granito. Todo ello unido abría el pasado jueves la posibilidad a una quiebra en la mayoría que ahora rige el Ayuntamiento. Posibilidad remota, pero cuando el desierto es tan largo, cualquier hierba se convierte en el anuncio de un oasis.





Pero no. Sólo fue un espejismo. Aunque su suerte está echada, Sichar enunció de mil formas distintas la misma oración. Todo fue por su conciencia. No quiere romper ningún pacto. Su compromiso es el que era. Va a hablar con sus jefes y cuando lo haga los tranquilizará, aunque no firmará un cheque en blanco sobre su disciplina de voto. Es decir, que seguirá los mandamientos pero no santificará las fiestas. Su conciencia puede volver a aparecer por cualquier esquina. La conciencia es un alma laica, pero alma al cabo. Y como tal sometida al flujo de lo contingente. Sichar tiene propósito de enmienda, incluso cree que será bueno hablar más con sus compañeros de partido. «El roce hace el cariño», dice. Bueno. Que le pregunten a Julio César cuando vio acercarse a su querido Bruto cuchillo en mano. Lo apuñaló con mucho cariño, sí, a conciencia.

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