Su debut en la portátil de San Pedro de Alcántara en 1975 fue su despedida; se equivocaron con el astado que debía lidiar y le tocó un novillo grande
Ahora que todo el mundo corre a lucir su souvenir de Camarón de la Islacon motivo del 25 aniversario de su muerte y las crónicas inciden más en la leyenda que en el cantaor pletórico de facultades de sus diez primeros discos también existen temas tangenciales de la biografía del mito que no deben pasar desapercibidos; como fue su afición a los toros. Y es que a José Monje Cruz (San Fernando, 1950- Badalona, 1992) le pirraba una muleta desde que apenas era un niño y se le agrandó la afición cuando por unos fandangos Manuel Benítez «El Cordobés» le endiñó 1.000 pesetas en su San Fernando natal.
La fecha de su debut y despedida para los ruedos está a escrita a fuego; 19 de octubre de 1975 y fue en una portátil de San Pedro Alcántara, Marbella, donde el mundo del toro perdió a un torero y el flamenco ganó ya para siempre a su emperador. La cosa es que el cañaílla había soñado desde pequeñito con verse en los grandes carteles y no había abandonado la idea de que pudiera conseguirlo en algún momento de su vida, pese a que ya reinaba en los escenarios.
Por esta predilección había seguido frecuentando muchas amistades dentro del mundillo del toro, empezando por los de su tierra hasta los más populares y divergentes en la manera exquisita de entender este arte, Jose Mari Manzanares y Curro Romero. Pero el cartel de aquella célebre tarde de San Pedro de Alcántara era producto de las muchas jornadas y comilonas interminables que habían pasado en la finca costasoleña de Juan Jiménez, que tenía ruedo propio, con amigos como Curro Romero, que veraneaba muy cerca o El Cordobés.
Juan Jiménez, un extrovertido rejoneador que llegó a idear una escuela de toreo para mujeres, fue el promotor de la arriesgada idea y el que conformó el elenco definitivo. Las figuras; Miguel Mateo (Miguelín), Curro Romero que causó baja de última hora por un resfriado pero apareció en los carteles, el diestro fuengiroleño Antonio José Galán, su hermano Alfonso Galán, el mencionado Juan Jiménez y el propio Camarón de la Isla eran los seis espadas previstos para los seis bravos y escogidos novillos de la lidia. La hora fijada eran las cuatro y media de la tarde y con motivo de las fiestas locales.
Como era de esperar la plaza –portátil- ubicada en el centro del pueblo se llenó. El reclamo más que las figuras del toreo era la curiosidad de ver a Camarón dispuesto para saltar a la arena. Al mediodía comió poco y habló menos, según los testigos. Se vistió de corto en casa de Jiménez con mucha flamencura e hizo el paseíllo entre ilusionado y amedrentado.
Entonces todo estaba acordado para que el novillo menos grande y más fiel entrara en el turno de Camarón, por mera camaradería de sus compañeros. Pero por error ocurrió que el reservado para Camarón salió antes y tuvo que lidiar sin remedio un novillo de unas hechuras considerables.
La faena resultó algo accidentada al parecer y se contabilizó algún revolcón. Igualmente sumó en su haber más de un pase de auténtico arte, que pareció recordar por mucho tiempo a todos sus amigos.
«Yo pensaba que iba a hacer el paseíllo y ya está o que no iba a venir pero acabó matando su toro y todo», certificó el promotor Juan Jiménez en el libro 'Boquerón de la Isla'. «A él le gustaban los toreros de pinceladas, pero para torear hay que saber primero la técnica y luego aportarle tu personalidad, no es fácil. De todas maneras cumplió perfectamente aquel día», puntualizó otro de los protagonistas de la jornada, Alfonso Galán.
Aquello fue en definitiva el debut y despedida de un torero llamado Camarón. Lo contaría en uno de sus temas con nostalgia; «Me dieron una oportunidad...»
Francis Marmol
ABC
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