miércoles, 5 de julio de 2017

Vivir sin cobertura ... por Manuel Vicent

Adondequiera que vayas o a cualquier oficio al que te dediques te acogerá la sensación de lleno, de la que no escapa la cumbre del Everest. El espíritu de la masa ha terminado por inundar también el mundo de la información. Cualquier ciudadano corriente con un móvil en la mano se ha convertido en escritor, en periodista, en articulista, en líder de opinión, en corresponsal de guerra, en enviado especial a cualquier catástrofe en el punto más alejado del planeta. El azar puede convertir al más idiota en testigo de la historia. Basta con estar allí y apretar un botón con la yema del dedo. Cualquier miserable resentido tiene a su disposición un medio capaz de elevar en una fracción de segundo uno de sus rebuznos, insultos y procacidades a la galaxia Andrómeda y aún más allá. Por una parte la alta tecnología y la moral están creando un ángulo cada día más abierto hasta desligarse por completo; y por otra el compás que forman la dinamita y el fanatismo se está cerrando hasta convertirse en una misma sustancia. El suicidio es el único problema filosófico serio, dijo Camus. El terrorista suicida es la única arma imbatible que no admite réplica.

La información es poder. Antes, la información se establecía de arriba abajo. Hoy la información es horizontal y se compone de la algarabía de las redes sociales, que arrastran algunas pepitas de oro con un infierno de basura. Entre la telaraña y el mosquito, la información hoy es comunicación y la comunicación es espectáculo y el espectáculo une el antiguo poder con el negocio, pero la sobrecarga de información, comunicación y espectáculo nos hace mosquitos descreídos, inermes y desolados. Lo que se ha dado en llamar posverdad no es otra cosa que la vieja manipulación de toda la vida. Afirmar que el ser humano es un ente libre está muy cerca del error. Soñamos, comemos, leemos, viajamos, nos vestimos, hablamos, reímos como nos ordenan desde un centro de mando oculto a la investigación. Hay alguien que lo sabe todo de nosotros y manipula nuestros deseos, sobre todo los inconfesables, con una facilidad pasmosa desde el almacén de datos donde, sin ser conscientes del peligro, depositamos todas las pulsiones de nuestra alma durante las 24 horas del día. Eso que se llama nube no está en los cielos sino en un profundo sótano de Atlanta, convertido en una gran ciudad de cables, chips e infinitas conexiones. Aunque lo ignores, allí está tu alma enredada y por otra parte tus carceleros no hacen otra cosa que anotar todo lo que tú mismo te delatas al hablar con el móvil con tu amante, hijo, madre, amigo o diablo. Si esa ciudad sumergida un día fuera bombardeada, la humanidad se quedaría sin memoria y habría que volver al papel y al lápiz, al periodista de calle con el cuaderno de notas de siempre.

Ser digital es una nueva forma de pensar con las yemas de los dedos y vivir felizmente balanceándote como un mosquito indefenso en el hilo de baba que teje la araña. Pero está próximo el día que lo más esnob y elegante será negarse a ser una torreta de transmisión y vivir sin cobertura.

Manuel Vicent

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