Con los dedos cruzados para que este domingo no pase nada de lo que nos tengamos que arrepentir durante mucho tiempo, conviene echarle un vistazo a la Historia para explicarnos por qué hemos llegado hasta aquí. El reto al que ahora se enfrenta España es un desafío nacionalista. Entre el último cuarto del siglo XIX y mediados del XX surgen dos tipos de nacionalismo: el primero reaccionario y protofascista es un movimiento burgués que tiene como objetivo proteger los privilegios de las clases altas y que se basa en la insolidaridad y el egoísmo; el segundo es una reacción contra los abusos sin límites del colonialismo y hunde sus raíces ideológicas en el marxismo: son los movimientos de liberación de los años cincuenta y sesenta. Supongo que a nadie le cabe duda de que el que este domingo plantea desde Cataluña la separación de España tiene mucho que ver con el primero y nada con el segundo. Visto desde Andalucía supone, además, la perpetuación de un agravio: el enriquecimiento de Cataluña no responde ni al azar ni a que ellos sean muy listos y nosotros muy tontos. Responde a un diseño de Estado que concentra la industrialización, las infraestructuras y, en definitiva, el progreso en el País Vasco y Cataluña y que condena al sur de la península, Andalucía y Extremadura sobre todo, a ser sociedades ruralizadas, exportadoras de mano de obra y, por lo tanto, pobres. Esta estrategia coge velocidad durante la Restauración y no se abandona durante la República, pero tiene su fase más intensa y descarada durante la dictadura franquista. A partir del desarrollismo que sigue a la estabilización económica de finales de los cincuenta, pueblos enteros de las dos regiones del sur se quedan diezmados. La mayor parte de sus habitantes emigran a la España rica: ellas al servicio domésticos, ellos a las cadenas de montaje de la Seat o de las muchas grandes industrias que allí se instalan.
En Andalucía han fracasado todos los intentos de configurar una fuerza política nacionalista por la sencilla razón de que nunca ha tenido privilegios que defender, sino todo lo contrario, y porque a pesar del maltrato recibido ha entendido siempre que su salvación estaba en más España y más Europa. En Cataluña, también en el País Vasco, ha sido justo al revés.
Por lo tanto, lo que este domingo tiene al país en un puño es la lucha de una región favorecida y mimada durante los dos últimos siglos por mantener sus privilegios. Se podrán meter en la coctelera todos los demás elementos de identidad cultural e idiomática que se quiera. Pero lo que subyace es el convencimiento de que serán más ricos solos que mezclados con el resto de un país al que la crisis económica y la mala calidad de la gestión política han dejado con las costuras abiertas.
Jose Antonio Carrizosa
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