Los periódicos de la época recogieron con mofa y escarnio la historia, incluso se publicó una foto de los lavabos por los que pasó la huida, custodiados por dos guardias civiles. Hacerse un Dencàs podría valer tanto como fanfarronear y a la hora de la verdad ponerse a salvo dejando en la estacada a quienes se han partido la cara y ganado la prisión siguiendo tus arengas. Si se confirma que el extraño viaje a Bélgica del ya expresident es una tentativa de sustraerse a los rigores legales que enfrentan en una celda de Soto del Real los dos Jordis (reconózcaseles la gallardía de afrontarlos, en comparación) y que se ciernen sobre no pocos de subordinados, hacerse un Puigdemont pasará a significar poco más o menos lo mismo; aunque en esta ocasión el pasadizo a las alcantarillas haya sido el fin de semana en que se redactaba la querella contra él. El golpe moral al independentismo es de tal calibre que no va a poder vestir de cálculo político o táctico, menos aún de heroico servicio a la república naciente, esa espantada con destino a la ciudad del Manneken Pis.
En la Viquipédia catalana, que recuerda con todo lujo de detalles la vida del Dr. Dencàs, desde su nacimiento en Vic en 1900 hasta su muerte en Tánger en 1966, se omite muy caritativamente su episódica afición a las galerías subterráneas. No es seguro que pueda olvidar con tanta facilidad que el líder que les prometió a los suyos una Ítaca libre de españoles, tras desbaratar la nave contra los arrecifes, y en vez de afrontar su destino como su predecesor Companys, buscó rápido a dónde largarse para que fueran otros los que pagaran por él los platos rotos.
Lorenzo Silva
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