sábado, 30 de julio de 2016

La silla, la luna, los nazis ... Nacho Artacho

CUANDO el payaso plantó la silla en la pista, el niño se echó a llorar como un verraco. De nada sirvieron las mecidas de su madre ni las promesas de que aquel señor de la peluca no te va a hacer nada, Manolito. Viendo que la llantina, lejos de templarse, arreciaba, el cómico probó a imitar al crío y a dirigir un aullido tristísimo a la luna de papel que colgaba del trapecio. Ante la risotada general, el pequeño no sólo se consoló, sino que tuvo los santos redaños de avanzar hacia el mimo y ofrecerle su propio chupete.


Como todas las historias que rodean a Josep Andreu, ésta hay que cogerla con pinzas y prudencia. Rara es la anécdota que, ligada a su figura, no acaba confundiendo lo real con la maravilla. Sírvanse ustedes mismos: saltimbanquis de tercera, sus padres cargan y empujan el carromato de pueblucho en aldea; la función y el camino los han llevado hoy a Cubelles, donde la pareja repite la rutina de buscar la plaza central y liarse a cabriolas; en mitad del número de funambulismo, la chica se pone de parto y termina dando a luz a Charlie Rivel en el desván del café local.

Menos legendarias y más probadas parecen sus simpatías por el Tercer Reich. La República de Weimar había prestigiado el cabaré y le había reconocido un carácter artístico del que nunca antes había gozado. El circo y los Andreu, a quienes el hambre y los buenos augurios han conducido a Berlín, se benefician de ello durante los años 30. Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, los posicionamientos políticos enfrentan a la familia: los hermanos de Charlie acabarán combatiendo en la Resistencia francesa y él, actuando en el cumpleaños del Führer y en películas producidas por Göring.


Las entusiastas tarjetas con las que Rivel saludó la expansión nazi por Europa no figuran en el catálogo del museo dedicado a su memoria. El folleto sí recoge, en cambio, un chupete roído y de dudosa procedencia.
Nacho Artacho

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