Es fácil comprobar, incluso con resignación, cómo desde hace algunos
años en los que Málaga ha vivido su 'boom' cultural hemos asumido que
todas las programaciones culturales van a decaer en su valoración en el
escrutinio de los datos. En particular por uno, que es el número de
visitantes. Pese a que somos conscientes de que este sometimiento de la
cultura a sus cifras es sin ninguna duda insuficiente, ante la
dificultad de prestar atención a veredictos que quizá puedan resultar
más subjetivos, aceptamos ciertas conclusiones amorfas a la hora de
valorar la cultura que son capaces por ejemplo de denostar actividades
de alto nivel intelectual, útiles para construir ciudad pero menos
atractivas para 'el gran público', y a la vez encumbrar con fuerza
algunos engendros situados en un lugar amorfo entre el ocio y la
cultura.
Superar las cifras de asistencia y romper récords se ha convertido en
una obsesión generalizada de la gestión cultural; el objetivo pasa
ahora por ser el más visitado, el que más actividades ofrece, se trata
simplemente de que sea la primera vez, la vez que más y no la vez que
mejor. Pienso por ejemplo en el último Festival de Teatro de Málaga, que
ha cosechado excelentes críticas, a mi juicio con funciones de un nivel
sobresaliente, pero las cifras, que es al final con lo que deben
trabajar las instituciones para elaborar sus titulares, no le han dado
el beneficio de ser la más arropada por el público. Pienso también en la
obsesión de los museos y de los centros culturales por atraer
visitantes, pienso en la dictadura de las audiencias, pienso en una
guerra abierta que se antoja ridícula y demasiado parecida a comprobar,
con perdón por el micromachismo, quién de todos la tiene más larga.
Es por esto, y porque a veces en la vida también hay que señalar las
cosas que se hacen bien, creo que podemos sentirnos satisfechos con
algunos gestores que tenemos en la ciudad. Me refiero en concreto a José
Lebrero. Justo cuando el centro que dirige, el Museo Picasso Málaga,
atraviesa el mejor momento de su historia, este éxito ha provocado
diversas y enriquecedoras reflexiones. El MPM no sólo es el museo más
visitado de Andalucía; también es una marca propia de la que podemos
sentirnos orgullosos. En esta ciudad la oferta cultural ha superado con
creces a la demanda, por eso dependemos de la extranjería. Aun así, en
lugar de caer en el amodorramiento o la autocomplacencia, el Picasso
afronta una profunda renovación de una colección permanente cuyo
interés, quizá por haber estado ahí durante años, se había visto
eclipsado por la contundencia de sus exposiciones temporales, algunas de
las cuales pertenecen a la categoría de lo mejor que jamás hemos podido
ver en nuestra ciudad. Y eso debe estar por encima de sus visitantes,
incluso cuando se cuenten por millones.
Txema Martin .
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