España, en
general, se le está yendo de las manos el asunto de los límites del
humor, una cuestión que aparece y desaparece cada cierto tiempo pero que
cada vez que vuelve lo hace con más fuerza. Cada vez hay más
acusaciones de delitos absurdos motivadas por bromas, funciones de
teatro y otros artefactos que deberían formar parte del ancho campo de
la ficción.
Ahora existe la costumbre de escandalizarse en público por
chistes de los que nos reímos en el ámbito privado. No seamos
hipócritas. Si a cualquiera de nosotros la Fiscalía nos pusiera un
micrófono durante un fin de semana y lo aceptaran como prueba en un
juzgado, estaríamos todos condenados a infinitos trabajos a la comunidad
y a multas capaces de arruinar a todos los millonarios que aparecen en
Forbes. A Guillermo Zapata lo imputaron por escribir en Twitter bromas
entrecomilladas sobre Irene Villa, quien por cierto afirmó no sentirse
ofendida por estos chistes que llevamos escuchando –en privado– desde el
día siguiente de su atentado. El hecho de que la protagonista no se
sienta ofendida por el chiste pero inculpen al emisor subraya aún más la
irritante función paternalista del Estado. Más desesperante resultó la
condena al líder del grupo Def con Dos, César Strawberry. Un año de
cárcel por seis tuits y un retuit, es decir, que la condena no viene
sólo por decir algo que pueda considerarse inapropiado, sino también por
compartir una mala opinión de los demás.
Quizá una de las claves estén ahí, en creer que las redes sociales
son como las barras de los bares cuando en realidad se trata de la
emisión de comunicaciones públicas. Por otro lado los bares no son
lugares libres de sospecha, ya que hasta hace poco en España podías
dormir en el calabozo por hablar contra el régimen franquista durante
una partida de dominó. Ahora en las redes está ocurriendo algo parecido;
ya no te mandan una carta exigiendo disculpas, sino una citación capaz
de arruinarle la vida a cualquiera.
Este es el modelo de cosas que están convirtiendo nuestra sociedad
ofendida, hipersensible, injusta, quejica, respondona y por lo tanto más
inmadura. Y vamos a peor. El propio Strawberry hizo unas declaraciones
bomba cuando dijo que con Franco había más libertad de expresión. No
parece que sea el caso, pero no ayuda a sentirnos libres ejemplos como
cuando en 2010 el desaparecido cantautor Javier Krahe se sentara en el
banquillo por un vídeo en el que aparecía cocinando un crucifijo en el
año 1977. Si lo que hace 30 años era una sátira ahora tiene indicios de
delito no sólo es por la capacidad amplificadora de las redes, sino por
esta mutación nacional hacia el moralismo. A nuestra incipiente
capacidad para el escándalo y el drama se le añade el aburrimiento
existencial de mucha gente y una sola conclusión: este país está lleno
de gente aburrida.
Txema Martín
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