viernes, 7 de abril de 2017

Los Límites del Amor ... por Txema Martín

España, en general, se le está yendo de las manos el asunto de los límites del humor, una cuestión que aparece y desaparece cada cierto tiempo pero que cada vez que vuelve lo hace con más fuerza. Cada vez hay más acusaciones de delitos absurdos motivadas por bromas, funciones de teatro y otros artefactos que deberían formar parte del ancho campo de la ficción.
Ahora existe la costumbre de escandalizarse en público por chistes de los que nos reímos en el ámbito privado. No seamos hipócritas. Si a cualquiera de nosotros la Fiscalía nos pusiera un micrófono durante un fin de semana y lo aceptaran como prueba en un juzgado, estaríamos todos condenados a infinitos trabajos a la comunidad y a multas capaces de arruinar a todos los millonarios que aparecen en Forbes. A Guillermo Zapata lo imputaron por escribir en Twitter bromas entrecomilladas sobre Irene Villa, quien por cierto afirmó no sentirse ofendida por estos chistes que llevamos escuchando –en privado– desde el día siguiente de su atentado. El hecho de que la protagonista no se sienta ofendida por el chiste pero inculpen al emisor subraya aún más la irritante función paternalista del Estado. Más desesperante resultó la condena al líder del grupo Def con Dos, César Strawberry. Un año de cárcel por seis tuits y un retuit, es decir, que la condena no viene sólo por decir algo que pueda considerarse inapropiado, sino también por compartir una mala opinión de los demás.
Quizá una de las claves estén ahí, en creer que las redes sociales son como las barras de los bares cuando en realidad se trata de la emisión de comunicaciones públicas. Por otro lado los bares no son lugares libres de sospecha, ya que hasta hace poco en España podías dormir en el calabozo por hablar contra el régimen franquista durante una partida de dominó. Ahora en las redes está ocurriendo algo parecido; ya no te mandan una carta exigiendo disculpas, sino una citación capaz de arruinarle la vida a cualquiera.
Este es el modelo de cosas que están convirtiendo nuestra sociedad ofendida, hipersensible, injusta, quejica, respondona y por lo tanto más inmadura. Y vamos a peor. El propio Strawberry hizo unas declaraciones bomba cuando dijo que con Franco había más libertad de expresión. No parece que sea el caso, pero no ayuda a sentirnos libres ejemplos como cuando en 2010 el desaparecido cantautor Javier Krahe se sentara en el banquillo por un vídeo en el que aparecía cocinando un crucifijo en el año 1977. Si lo que hace 30 años era una sátira ahora tiene indicios de delito no sólo es por la capacidad amplificadora de las redes, sino por esta mutación nacional hacia el moralismo. A nuestra incipiente capacidad para el escándalo y el drama se le añade el aburrimiento existencial de mucha gente y una sola conclusión: este país está lleno de gente aburrida.
Txema Martín

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