Resultaba enternecedor encontrar ayer a Pedro Sánchez agradeciendo a Borrell en Twitter el discurso con el que se clausuró la manifestación en Barcelona menos de 48 horas después de que el portavoz de la Ejecutiva socialista, Óscar Puente, afirmara que algunas "reliquias del partido", en referencia a los veteranos que habían publicado su disconformidad con la dirección a cuenta de su postura ante la crisis catalana, habían perdido "la autoridad moral". Precisamente, el discurso de Josep Borrell vino a certificar la pérdida de influencia en España de un PSOE que ya no puede ponerse más de perfil y que, por tanto, ha quedado reducido a anécdota política. Ahora resulta que si Borrell dice que las fronteras ya han causado suficiente dolor, poco después de que Alfonso Guerra recordara que el socialismo es por definición contrario a todo nacionalismo, hay que darle las gracias; pero, mientras tanto, el PSOE ha comprado sin reparos la moto según la cual el problema catalán no es de índole nacionalista, sino democrática, reprobando al Gobierno muerto de miedo por el qué dirán y respondiendo con un aplauso cerrado a un Puigdemont que negaba a tres millones de catalanes el derecho a serlo. Sánchez ha creído que bastaba con tener el Estado de Derecho todo el día en la boca. Pero no: había que mojarse.
Y mojarse es lo que viene haciendo desde hace tiempo Borrell, al que defenestraron primero Felipe González y luego todos los que desde el PSOE intentaron que pasara desapercibido, con la mayor de las vergüenzas, el agujero que Zapatero había dejado abierto en la relación entre Cataluña y el resto de España. Mucho antes de la manifestación de ayer, fue Borrell quien le dijo en la cara a un Oriol Junqueras incapaz de reaccionar que en Cataluña el único déficit democrático que hay que lamentar es el que han procurado los nacionalistas a base de mentiras y agravios. Es Borrell quien con más claridad ha denunciado que, por más que sostengan lo contrario, los independentistas han adoptado un credo supremacista, sin escatimar siquiera en argumentos genéticos, para poder tildar de extranjera a la mitad de la población de Cataluña. Y es Borrell quien con más vehemencia insiste en que la decisión estúpida del Gobierno de impedir el referéndum a base de cargas policiales no invalida la mentira nacionalista.
Es Borrell quien desde fuera de la foto de familia del PSOE ha dicho todo lo que el PSOE tendría que haber dicho. Sí, el socialismo es contrario al nacionalismo. El problema es que el socialismo pasó a mejor vida. La autoridad moral está en otra parte.
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Y mojarse es lo que viene haciendo desde hace tiempo Borrell, al que defenestraron primero Felipe González y luego todos los que desde el PSOE intentaron que pasara desapercibido, con la mayor de las vergüenzas, el agujero que Zapatero había dejado abierto en la relación entre Cataluña y el resto de España. Mucho antes de la manifestación de ayer, fue Borrell quien le dijo en la cara a un Oriol Junqueras incapaz de reaccionar que en Cataluña el único déficit democrático que hay que lamentar es el que han procurado los nacionalistas a base de mentiras y agravios. Es Borrell quien con más claridad ha denunciado que, por más que sostengan lo contrario, los independentistas han adoptado un credo supremacista, sin escatimar siquiera en argumentos genéticos, para poder tildar de extranjera a la mitad de la población de Cataluña. Y es Borrell quien con más vehemencia insiste en que la decisión estúpida del Gobierno de impedir el referéndum a base de cargas policiales no invalida la mentira nacionalista.
Es Borrell quien desde fuera de la foto de familia del PSOE ha dicho todo lo que el PSOE tendría que haber dicho. Sí, el socialismo es contrario al nacionalismo. El problema es que el socialismo pasó a mejor vida. La autoridad moral está en otra parte.
Pablo Bujalance
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