Lejos de reconocer todas las contraindicaciones y daños que implicaría la proclamación de la independencia, Puigdemont intentó disfrazar el fracaso de sus planes anunciando que su decisión abría un periodo para negociar a través de mediadores extranjeros. Realmente fue una mentira indirecta más entre tantas como los promotores del secesionismo han venido utilizando durante estos meses. Ocultó que negociar es cosa de dos y que ningún dirigente de un país o institución foránea, empezando por la UE, está dispuesto a hacerlo a inmiscuirse. Antes al contrario, todos han reiterado que se trata de un asunto interno de España.
Analizando el desarrollo de la sesión del Parlament no queda claro si se trata de consumar un golpe de Estado a plazos o realmente un paso atrás de unos dirigentes que se han pasado en sus estrategias anticonstitucionales e ilegales y, llegado al momento del desenlace, se encuentran acorralados; acorralados por la Justicia, rechazados por los que se consideran traicionados y divididos entre sí.
Con todo hay que añadir que el hecho de que la proclamación de la independencia se deje en una nebulosa y que se abra un paréntesis al diálogo y a la negociación, algo que unas horas antes parecía completamente imposible, abre un atisbo de esperanza. Habrá que aguardar la reacción del Gobierno, que ya ha anticipado mil veces que no negociará al margen de la ley y también la reacción en la calle. La Generalitat hace mucho que perdió los papeles y, después de esta nuevo espectáculo lamentable, Puigdemont y su Gobierno han quedado descalificados para ejercer el poder autonómico. Unas elecciones anticipadas será la salida que más pronto que tarde se pondrá en marcha.
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