Para quienes llevamos años cubriendo con intensidad el concurso ha resultado llamativa la poca fuerza que han tenido sus convocatorias más populares. Algunos días fue como si hubieran dado un aviso de bomba en las proximidades del Cervantes; hay que remontarse a las primeras ediciones para recordar una alfombra roja tan desangelada, aunque eso no debe ser lo más importante para calibrar el peso del festival en la ciudad. Lo peor es que ese vacío también se ha sentido en el mismo patio de butacas. Quizá habría que replantearse el precio de las entradas, pero ojo porque la gente también es muy suya: agotar las localidades para el documental sobre Alejandro Sanz y ver luego tantos asientos vacíos induce a pensar que el personal no había adquirido sus entradas para ver la película, sino para verle a él (que no vino). Ante esto, pocas cosas se pueden hacer más que lamentarse por el mundo en el que vivimos. El cariz más cinéfilo que se le ha dado al certamen en las últimas ediciones es muy plausible, pero es el flash, la pompa y la circunstancia lo que distingue un festival de cine de un cineclub. Gracias por venir, Guillermo del Toro.
martes, 24 de abril de 2018
Festival de Málaga sin flash ... por Txema Martín
Ha resultado llamativa la poca fuerza que han tenido las convocatorias más populares del festivalYa ha pasado un tiempo prudencial para recuperar el cuerpo y la cabeza del Festival de Málaga y ha habido un hueco para aprovechar el domingo, algo inaudito, y disfrutar de la feliz idea de ofrecer un maratón con las películas ganadoras. En mi caso se me pasó la mejor cinta española, 'Las Distancias' de Elena Trapé, una historia de producción e interés mediano y que me pareció una película deprimente, un bajón en toda regla orquestado por cinco protagonistas en el que no hay ni un solo personaje feliz. También fallé a la proyección oficial de 'Benzinho', una cinta brasileña dirigida por un tal Gustavo Pizzi y que ha ganado otra Biznaga de Oro, esta vez a mejor película latina, en un indicio de bisexualidad del Festival y que incide en una consulta que llevamos unos años haciendo, y es qué demonios pinta una película rodada en un idioma que no es el español en un festival dedicado al cine 'en español'. Pero esta no es la única falta de tino. Otorgar el Premio Retrospectiva a Juan Antonio Bayona, un director con tres películas, ha sido otro incomprendido dislate que brillaba junto a la dichosa manía de dar en términos generales una cantidad de premios exagerada, tanto a locales como a visitantes (encumbrada en esa gala de autocomplacencia llamada Málaga Cinema), como si estuviéramos más preocupados en quedar bien con todo el mundo que por ofrecer un palmarés estimable desde lo científico. Al final el subidón de calidad que iba a traer la irrupción del cine latino ha sido suave. Por lo que a mí respecta y sin haberlas visto todas, son las secciones paralelas las que siguen albergando un mayor número de historias dignas de ser contadas. Quizás en marzo los recolectores del Festival se encuentren con mejores cosechas.
Para quienes llevamos años cubriendo con intensidad el concurso ha resultado llamativa la poca fuerza que han tenido sus convocatorias más populares. Algunos días fue como si hubieran dado un aviso de bomba en las proximidades del Cervantes; hay que remontarse a las primeras ediciones para recordar una alfombra roja tan desangelada, aunque eso no debe ser lo más importante para calibrar el peso del festival en la ciudad. Lo peor es que ese vacío también se ha sentido en el mismo patio de butacas. Quizá habría que replantearse el precio de las entradas, pero ojo porque la gente también es muy suya: agotar las localidades para el documental sobre Alejandro Sanz y ver luego tantos asientos vacíos induce a pensar que el personal no había adquirido sus entradas para ver la película, sino para verle a él (que no vino). Ante esto, pocas cosas se pueden hacer más que lamentarse por el mundo en el que vivimos. El cariz más cinéfilo que se le ha dado al certamen en las últimas ediciones es muy plausible, pero es el flash, la pompa y la circunstancia lo que distingue un festival de cine de un cineclub. Gracias por venir, Guillermo del Toro.
Para quienes llevamos años cubriendo con intensidad el concurso ha resultado llamativa la poca fuerza que han tenido sus convocatorias más populares. Algunos días fue como si hubieran dado un aviso de bomba en las proximidades del Cervantes; hay que remontarse a las primeras ediciones para recordar una alfombra roja tan desangelada, aunque eso no debe ser lo más importante para calibrar el peso del festival en la ciudad. Lo peor es que ese vacío también se ha sentido en el mismo patio de butacas. Quizá habría que replantearse el precio de las entradas, pero ojo porque la gente también es muy suya: agotar las localidades para el documental sobre Alejandro Sanz y ver luego tantos asientos vacíos induce a pensar que el personal no había adquirido sus entradas para ver la película, sino para verle a él (que no vino). Ante esto, pocas cosas se pueden hacer más que lamentarse por el mundo en el que vivimos. El cariz más cinéfilo que se le ha dado al certamen en las últimas ediciones es muy plausible, pero es el flash, la pompa y la circunstancia lo que distingue un festival de cine de un cineclub. Gracias por venir, Guillermo del Toro.
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