Recibió la Palma de Oro en Cannes en 1997 por 'El sabor de las cerezas'. Ha fallecido con 76 años en París.
El director iraní Abbas Kiarostami, figura fundamental del cine de las últimas tres décadas, falleció ayer a los 76 años en París, donde se había trasladado estos últimos meses para recibir tratamiento para el cáncer gastrointestinal que le diagnosticaron en marzo. Termina así la vida del jefe de filas de la nueva ola del cine iraní, además de poeta, pintor, fotógrafo y artista ocasional, que habrá explorado nuevas vías para el cine contemporáneo, abriéndolo a otras geografías físicas y humanas, además de teñirlo de humanismo y de voluntad documental.
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Nacido en Teherán en 1940, Kiarostami se formó como artista plástico, diseñó carteles y publicidad y dirigió un centenar de anuncios televisivos, además de ilustrar algunos libros infantiles. A los 29 años, empezó a trabajar para el Kanun, un centro para el desarrollo intelectual de los niños iraníes, donde rodó películas educativas destinadas a los jóvenes. Solía decir que, gracias a esos reportajes, se convirtió en artista. En ese marco rodó su primer cortometraje, El pan y la calle, muy influido por el neorrealismo italiano, que basó en experiencias de su propia juventud. Le siguieron largos como Gozaresh (1977) y Párvulos (1984). El reconocimiento internacional le llegó con ¿Dónde está la casa de mi amigo? (1987), que inauguró la llamada trilogía Koker, y al que siguieron Close Up(1990), Y la vida continúa (1992) y A través de los olivos(1994). La consagración definitiva llegó con El sabor de las cerezas (1997), la historia de un hombre conduciendo sin rumbo para encontrar a alguien que le ayude a suicidarse, que ganó la Palma de Oro en Cannes y le convirtió en uno de los nombres más destacados del cine de autor a nivel internacional. Kiarostami fue venerado por autores como Kurosawa o Tarantino, que veían en él a un heredero de Rossellini. Compartía su gusto por los personajes infantiles, tal vez a causa de los inicios de su carrera.
Su cine se caracterizó por una marcada poesía visual, acompañada de un estilo semidocumental que bebía de Vittorio De Sica y de Éric Rohmer, pero también de una sutil socarronería cercana al cine de Jacques Tati, a quien idolatraba. A partir de historias corrientes o incluso minúsculas, Kiarostami abordó las grandes cuestiones de la existencia, casi siempre a partir de la alegoría. Sus películas están pobladas de carreteras y vehículos, que circulan a través de paisajes tan áridos como espectaculares.
Su cine contó siempre con el favor de la crítica y se hizo con numerosas recompensas internacionales. Además del premio en Cannes, Kiarostami ganó el Gran Premio del Jurado en Venecia por El viento nos llevará y el Leopardo de Honor en Locarno en reconocimiento a toda su carrera. La semana pasada, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, que concede los Oscar, le incluyó en su lista de 700 nuevos miembros invitados a unirse a sus filas. Con su muerte se marcha un hombre protegido tras sus gafas oscuras y una sonrisa irónica.
FILMOGRAFÍA
El pan y la calle (cortometraje, 1970).
El recreo (cortometraje, 1972).
Gozaresh (1977).
Párvulos (1984).
¿Dónde está la casa de mi amigo?(1987).
Close Up (1990).
Y la vida continúa (1992).
A través de los olivos (1994).
El sabor de las cerezas (1997).
El viento nos llevará (1999).
Ten (2002).
Tickets (con Kean Loach y Ermanno Olmi, 2005).
Shirin (2008).
Copia certificada (2010).
Like someone in love (2012).
Cuando los periodistas occidentales le preguntaban por qué no abandonaba su país y se instalaba en Europa, allá donde solían tratarle como un semidiós, Kiarostami solía responder con una de esas metáforas que poblaban sus películas. Un hombre en el exilio era, para el director, igual que un árbol trasplantado: logrará sobrevivir en su nuevo hábitat, pero no dará frutos de la misma calidad. Por ese motivo, tras la revolución iraní de 1979, mientras la intelligentsia de su país huía lejos, Kiarostami decidió quedarse. “Hacer una película es difícil por todas partes. Hay que encontrar el tema, el guion, el productor y el dinero. En Irán hay menos problemas que en otros lugares en cuanto al tema y la financiación”, explicó en 1995 al diario francés Libération. En cuanto a la censura, sostenía que “los cineastas iraníes siempre encuentran una solución”. “Si fuera tan difícil hacer una película, el cine iraní no habría producido cien películas el año pasado y sesenta más el anterior”, explicaba.
Pese a todo, esa censura le terminó haciendo la vida imposible, hasta el punto que decidió marcharse a rodar al extranjero a principios de esta década. Se fue a la Toscana para rodar Copia certificada (2010) sobre la crisis de una pareja madura, por la que Juliette Binoche ganó el premio a la mejor actriz en Cannes. Y después, a Japón, donde rodó Like someone in love (2012), crónica del encuentro fortuito entre tres personajes en el Tokio de hoy, que habrá terminado siendo su testamento cinematográfico.
“UN MÍSTICO MODERNO”
El cine iraní lloró anoche la desaparición de su maestro. El director Asghar Farhadi, autor de Nader y Simin, una separación, se dijo “en estado de shock total”. “No era solo un cineasta, sino un místico moderno, tanto en su cine como en su vida privada”, expresó a The Guardian. “Abrió el camino a otros e influyó en mucha gente. No es solo el mundo del cine el que pierde a un gran hombre, sino el mundo entero el que pierde a alguien realmente magnífico”. Por su parte, el cineasta Mohsen Makhmalbaf sostuvo que el cine iraní no sería lo que es sin Kiarostami, al que responsabilizó de la visibilidad adquirida. “Kiarostami dio al cine iraní la credibilidad internacional que tiene hoy, aunque sus películas, desafortunadamente, no se veían tanto en Irán. Cambió el cine del mundo, lo refrescó y lo humanizó en contraste con la versión de Hollywood”, afirmó ayer Makhmalbaf, calificándolo como un hombre al que le gustaba la vida. “Por eso es tan difícil aceptar su muerte”, concluyó.
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