Hay que hacer campañas de concienciación, de acuerdo, pero la gente no va a amanecer limpia porque lo haya leído en un panfleto. Entonces navegaríamos con la ingenuidad de ese político que se hace fotos soltando al mar cuatro tortugas convencido de estar acabando con una plaga de medusas. Hay que llevar el civismo hasta el fondo, cuando el hombre en soledad reflexiona sentado en el baño. Aquí ya tenemos experiencia en trasladar al inodoro ciertas políticas municipales, incluso a los políticos, en general. Cuidado también con las campañas. Ante la proliferación de colillas en la playa, Teresa Porras, concejala del ramo, dispuso unos ceniceros desechables para que los bañistas los cogieran a voluntad. Al día siguiente los paseos marítimos amanecieron regados de ceniceros de cartón porque los gamberros lo habían usado de confeti. Así no hay campaña de concienciación que valga. También hay que poner multas. La multa es un recurso doloroso pero imprescindible. Lo ideal sería que la cuantía tuviera algo que ver con los ingresos del individuo en cuestión, para que a todos les doliera lo mismo, pero hasta que esto suceda y sintiéndolo en el alma hay que multar. Las sanciones económicas son la vaselina del progreso. También animaría a las autoridades a fijar otro tipo de sanción en forma de servicios comunitarios. Los que ensucien tendrían que recoger lo que tiran sus semejantes y eso conduciría a un cambio de hábitos provocado por el desprecio a su mismo género humano. Alentemos con fuerza el civismo y puede que algún día dejemos de dar brazadas contra aquello que llamamos 'nata', esa asombrosa metonimia.
@Txema_martin
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