martes, 5 de julio de 2016

La gente sucia ... por Txema Martín

Hay que hablar claro. Los motivos de la suciedad de las playas son varios y muy dispersos, pero en el fondo todos están envueltos en lo mismo, que es una generalizada falta de consideración. Las causas por las que algunos días vemos en el mar flotando cosas llegan hasta la falta de inversión en depuradoras pero pasan de manera inevitable por el incivismo de la gente, por una descortesía popularizada que comienza en la intimidad. Porque hay gente sucia por fuera pero que luego respeta mucho lo que sucede en las profundidades de su cuerpo y quiere mantenerlas refrescantes, así que hay una gran pelota de toallitas húmedas que se atascan otras intimidades más profundas, que son las de la ciudad. No vamos a ahondar en esto: la idea de que las ciudades modernas se erigen sobre toneladas de mierda atorada será lo más escatológico que encuentren en este texto. Pero si algo aprendió media España con el desastre del 'Prestige' fue un dicho marinero que en la otra mitad ya se sabía: el mar devuelve lo que no es suyo. En el caso de Málaga y varias veces al día, ese retorno se convierte en un vómito gracias a la ola del melillero, que es el acontecimientos acuático no natural más fascinante de nuestro tiempo.

Hay que hacer campañas de concienciación, de acuerdo, pero la gente no va a amanecer limpia porque lo haya leído en un panfleto. Entonces navegaríamos con la ingenuidad de ese político que se hace fotos soltando al mar cuatro tortugas convencido de estar acabando con una plaga de medusas. Hay que llevar el civismo hasta el fondo, cuando el hombre en soledad reflexiona sentado en el baño. Aquí ya tenemos experiencia en trasladar al inodoro ciertas políticas municipales, incluso a los políticos, en general. Cuidado también con las campañas. Ante la proliferación de colillas en la playa, Teresa Porras, concejala del ramo, dispuso unos ceniceros desechables para que los bañistas los cogieran a voluntad. Al día siguiente los paseos marítimos amanecieron regados de ceniceros de cartón porque los gamberros lo habían usado de confeti. Así no hay campaña de concienciación que valga. También hay que poner multas. La multa es un recurso doloroso pero imprescindible. Lo ideal sería que la cuantía tuviera algo que ver con los ingresos del individuo en cuestión, para que a todos les doliera lo mismo, pero hasta que esto suceda y sintiéndolo en el alma hay que multar. Las sanciones económicas son la vaselina del progreso. También animaría a las autoridades a fijar otro tipo de sanción en forma de servicios comunitarios. Los que ensucien tendrían que recoger lo que tiran sus semejantes y eso conduciría a un cambio de hábitos provocado por el desprecio a su mismo género humano. Alentemos con fuerza el civismo y puede que algún día dejemos de dar brazadas contra aquello que llamamos 'nata', esa asombrosa metonimia.
@Txema_martin

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