jueves, 4 de enero de 2018

"¡Como Sabadell!" ... por Salvador Moreno

Lo que en aquel meteórico encuentro se ponía de manifiesto era, realmente, la percepción de un país reducido a sus dos grandes capitales, unidas en su rivalidad

Sucedió hace catorce años, en la primera edición del Meeting Point de Barcelona, esa feria de las vanidades urbanas en la que Málaga siempre participaba con un señalado stand, y que algún malintencionado llamaba Repeating Point, porque todos los años llevábamos los mismos proyectos. Gobernaba entonces la ciudad Celia Villalobos con su empuje y la repercusión mediática de su figura. A primeras horas de la tarde, un revuelo de periodistas, flashes y aduladores al otro extremo del palacio de Ferias de Montjuic delataba la presencia del honorable presidentJordi Pujol y su séquito, en el que se encontraba esa especie de alter egofutbolístico que era Josep Lluís Núñez, también president, pero ya entonces un poco menos honorable. Cundió la alarma entre el personal de la delegación de Málaga porque la alcaldesa no estaba, y el president se acercaba a paso acelerado. Pero el que sí estaba era Francisco de la Torre, actual alcalde y entonces concejal de Urbanismo, el cual, intuyendo que a las provincias no se les presentan dos veces las oportunidades de hacerse valer y que teníamos poco tiempo, se abrió paso entre gorilas con pinganillo e interceptó al president de forma que no tuviera más remedio que visitar el cubículo malagueño sin posibilidad de escapatoria. No obstante se perdieron unos minutos preciosos en las presentaciones, pues, con fingida y malévola ignorancia, el honorable le preguntó a De la Torre si era el alcalde de Málaga (como si a Celia no la conocieran todos los televidentes de España) lo que le obligó a aclararle que era "sólo" el Concejal de Urbanismo. A un servidor, que estaba al lado, también le preguntó quién era, y para no tener que explicarle que era el presidente del Consejo Social de la Universidad-credencial demasiado larga para tan pocas atribuciones- le resumí que era el rector, y así recuperamos unos segundos valiosos. Con el tiempo algo mermado, el hoy alcalde logró comprimir la prometedora realidad malagueña en un minuto fulgurante, pero antes de concluir, el honorable, que había estado escuchando con los ojos cerrados y la cabeza ladeada, formuló una pregunta socarrona e inesperada: ¿cuántos habitantes tiene Málaga? No recuerdo si De la Torre dió la cifra exacta -lo más probable- o si redondeó en el medio millón, pero lo cierto es que Pujol, haciendo oscilar la palma de la mano en un gesto que denotaba displicencia, comentó al subordinado más próximo en tono ligeramente despectivo: ¡Ya,… como Sabadell!. Y tras esa faena de aliño con bajonazo en el rincón de Ordóñez siguió su camino, ungido de sagrada catalanidad e imperturbable como Yoda, el gran Jedi de la antigua orden de Star Wars, dejando el vacío de estupefacción y desánimo de un ¡Benvingut, Mr. Marshall!.

Pasada la conmoción y el revuelo intimidante del séquito me quedé cavilando sobre la idea que la mayoría de nosotros tenía de los catalanes: laboriosos, pragmáticos y educados, descollantes en todo, en la ciencia, en la medicina, en la arquitectura, en el diseño, en el deporte y en el número de asociaciones de excursionistas. Tenían los niveles de bienestar y cultura cívica más altos de Europa y, en el día de su fiesta grande, regalaban al prójimo un libro y una rosa, una extrema delicadeza para compensar la salvajada de los correbous. Eran los descendientes del reino de Aragón, de Jaime I y Wifredo el Velloso. Eran, pues, deslumbrantes, de ahí que considerara la indiferencia del honorable más como una muestra de arrogancia individual que como una grosera sinopsis de la catalanidad. Pero lo cierto es que, como se ha visto luego, este admirable pueblo, de una manera recurrente a lo largo de su historia, destroza el local ebrio de un nacionalismo de butifarra, a fin de cuentas construido sobre las torpezas de nuestros gobernantes, la ley D'Hont, el sudor de los emigrantes y las cuantiosas y constantes inversiones que siempre ha derramado allí el poder central para aplacar su amañada fogosidad identitaria.



No obstante, en el caso de la anécdota referida el fondo de la cuestión era otro. Lo que en aquel meteórico encuentro se ponía de manifiesto era, realmente, la percepción de un país reducido a sus dos grandes capitales, unidas en su rivalidad, y una vasta, imprecisa y desarticulada periferia de servicio doméstico condenada a limpiar el local y pagar y pegar los platos rotos después de la melopea: una periferia como la de la esforzada Málaga, que aquel día existió fugazmente gracias a que, en el instante oportuno y ante cámaras que testificaron los hechos, tuvo la inmensa suerte de ser más o menos…¡como Sabadell!

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