jueves, 25 de enero de 2018

El papel sin papel ... por Domi del Postigo

Vivimos tiempos enrevesados. Quizá por ello resulta difícil encontrar editores de raza como Graham

Spielberg ha hecho más por la prensa con su última película que la propia prensa en los últimos años. Cuando escribo no vibra mi mesa con el traqueteo de la rotativa funcionando en los bajos de la redacción, ese monstruo metálico que vomita papel impreso con las noticias de la mañana, como ocurre mientras escribe uno de los protagonistas de la película Los archivos del Pentágono (The Post, en su versión original).

La verdad nunca pasará de moda, ha dejado dicho Spielberg. A esta sociedad debiera resultarle no sólo fácil estar de acuerdo con él, sino necesario.


Desayunando con José María de Loma y otros periodistas de La Opinión hablamos de la película. Loma me contaba cómo le emocionó ver esa gigantesca rotativa ocupando toda la pantalla, largando aquella edición del Washington Post que recogía el relevo del New York Times, entonces un diario de mucha mayor tirada, secuestrado judicialmente al haber sido acusado por el gobierno de Nixon de publicar secretos oficiales que podrían perjudicar a EEUU. Ben Bradley y su editora Katharine Graham se jugaron la cárcel al continuar publicando en el Post aquellas revelaciones contenidas en un informe interno de 4.000 páginas. Los archivos analizaban cómo diferentes presidentes norteamericanos (incluido el gran amigo de Bradley, JFK) alimentaron con ingentes cantidades de dinero e intervenciones políticas y militares maquilladas a la opinión pública la inestabilidad en el sudeste asiático y la guerra de Vietnam, una de las grandes heridas no cicatrizadas en la reciente historia estadounidense.

La película es muchas cosas, no sólo lo que cuenta. Spielberg acumula varios méritos al haberla hecho. Uno es la mirada feminista, solvente y nada panfletaria, que pone en las secuencias que lidera Meryl Streep, tan protagonista como Tom Hanks. Otro es el de haber puesto su mirada en un momento fundamental de un periódico que hoy comparte el mismo propietario que parte de la nube digital de la mismísima CIA, Jeff Bezos, consejero delegado de Amazon. El diario que luchó por la primera enmienda de la Constitución americana que consagra, entre otros principios, la libertad de prensa, comparte hoy intereses económicos con la agencia estatal de inteligencia. Vivimos tiempos enrevesados. Quizá por ello resulta difícil encontrar editores de raza como Graham en medios que anteponen su volumen de negocio a su naturaleza como empresa periodística. Aunque en ese extraño equilibrio uno de los últimos premios Pulitzer en abril de 2017 fue para el periodista David Fharenthold y el actual director del Post, otro nombre de referencia, Marty Baron (en la oscarizada Spotlight se habla de su valiente trabajo), por haber desenmascarado algunas de las mentiras de Trump en un asunto de falsas donaciones a obras de caridad.

Me acordé mucho de Loma vibrando en la butaca del cine cuando la rotativa (que me recordó a aquella prensa monstruosa de papel junto a la que vivía el protagonista de la novela Una soledad muy ruidosa de Bohumil Hrabal) empezó a tirar periódicos aquella madrugada de 1971. Una madrugada crucial para la libertad en que se cumplía la debilitada lógica de que, como falló el juez del Supremo a favor del Post y el Times, el periodismo debe defender a los gobernados, no a los gobernantes.

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