Sólo hay que darse un paseo, hasta el hospital Materno Infantil de Málaga o al Palacio de la Justicia. En el hospital, una mujer, después de desconectar los sensores de su hijo, intentó asfixiarlo. En la Audiencia han condenado a una pareja a diez años de prisión por haber ocasionado la muerte, mediante palizas y abandono, a un niño de tres años al que supuestamente cuidaban.
La madre que intentó matar a su hijo, según todos los indicios, padece el síndrome de Münchausen, ya saben, el fantasioso aristócrata que volaba sobre una bola de cañón y no paraba de fabular, de inventar patrañas. Parece que esta mujer responde a ese trastorno. Hacer que sus hijos enfermen y sufran para cuidarlos. Si no se les van de las manos y acaban muriendo. En palabras llanas podríamos decir que esa mujer es una loca y eso la excluye de la estirpe de los que tienen un ancla colocada en los pozos de la Atapuerca caníbal y pugnan por devolvernos a ese agujero. De la pareja que dejó morir al niño sí puede asegurarse que pertenece de lleno a esa vergonzante ralea. Los sótanos de la humanidad, su clase más baja y abyecta. Los jueces saben perfectamente lo que hacen, pero para un lego se hace leve la sentencia de diez años y no acaba de entenderse que los tecnicismos legales acaben por concederles la rebaja de cinco años que solicitó la fiscalía por reconocer los hechos y su culpabilidad. Demasiado beneficio para ese tipo de criminales. Si obtienen rebaja de condena quizás apenas estén un lustro encarcelados. En cualquier caso, siendo eso doloroso, se queda en anécdota después de conocer cómo actuó esa gente.
Más allá de la pena que les haya impuesto la justicia, esa mujer y ese hombre quedan marcados de un modo indeleble. Someter a un niño de esa edad a una tortura continuada a lo largo de meses los coloca entre el grupo corrompido y enfermo de la especie. Quemaduras, cortes y finalmente una peritonitis -causada por una paliza- que según informan los médicos debió de ocasionar insufribles dolores al niño. Ni siquiera en ese momento le procuraron asistencia médica. Sumar el miedo y el desamparo que el pequeño padeció entra en el terreno del espanto o si quieren en el de la sensiblería, aunque donde debería entrar es en el de la conciencia de esos dos miserables, tan lejanos del ser humano como Júpiter.Antonio Soler
Diario Sur
No hay comentarios:
Publicar un comentario