miércoles, 11 de abril de 2018

Ben Clark: "Todos los poemarios son, de un modo u otro, libros de amor"

El escritor ibicenco toma en 'La policía celeste', la obra con la que ganó el Loewe, la astronomía como premisa para hablar del hombre y sus búsquedas
Un día, Ben Clark accedió a unos personajes que observó con fascinación: unos astrónomos que en 1800, en el norte de Alemania, se aliaron con el propósito de hallar un "planeta perdido" que según sus estimaciones debía existir entre las órbitas de Marte y Júpiter. El detalle más evocador de aquella historia era el nombre con el que aquel grupo se había bautizado, La policía celeste, precisamente el título que el autor ha elegido para el poemario con el que ha ganado el Premio Loewe y que presentó hace unos días en Sevilla, en el Espacio Cultural Colombre. Clark se inspira en esos sabios que "buscaban algo sin saber exactamente lo que era" para embarcarse en una indagación íntima en la que no hay certezas y en la que asoman cuestiones como la relación con el padre, la amistad o el amor.


-Toma la astronomía como hilo conductor, pero poemas como Origen o Correspondencia vienen a decirque hay algo de las estrellas en nosotros, y otro texto -Astronautas- apunta que la amistad es otra forma de "andar sobre la luna".



-Es un poemario que abre muchos frentes y que canta a diferentes cosas. Ya no recuerdo quién lo dijo, si el jurado del premio o Ignacio Elguero, que me presentó el día de la entrega, pero alguien definió La policía celeste como un libro celebratorio, y yo lo veo así. Es un libro de amor, en sus diferentes formas, aunque supongo que todos los poemarios, de un modo u otro, son libros de amor. No fue algo pretendido, pero con los poemas dedicados a la familia tracé una especie de recorrido: empiezo con los abuelos, luego está muy presente el padre e irrumpe una reflexión sobre tener o no hijos, que es un tema fundamental de La policía celeste. En la obra, de hecho, relaciono la amistad con eso, con la posibilidad de celebrar los hijos de los demás.

-En algunos pasajes entabla un diálogo con su infancia. "Soy un niño en medio de un poema", asegura en La habitación. ¿Por qué este período interesa tanto?

-Hablar con el niño del pasado es una idea trillada, pero en uno de los poemas en que lo hago, La Vía Láctea y Andrómeda, intento contarlo desde un punto de vista original, el de dos galaxias que en un momento dado chocarán, una colisión que se da entre el nosotros del pasado y el nosotros del presente. El final de ese texto dice que esos dos mundos chocarán "como chocan los trenes en tus juegos: / con ruidos de explosiones con saliva", pero detrás de eso hay algo terrorífico, ¿no? Dos galaxias que se estrellan a una velocidad endiablada... [ríe].

-La astronomía le permite imágenes muy potentes, pero también acercarse a personajes tan interesantes como el de Caroline Herschel.

-El tratamiento de la astronomía en este libro está hecho de una manera muy divulgativa, porque mis conocimientos de astronomía no superan los de cualquier persona que tenga curiosidad. Caroline Herschel, la primera mujer astrónoma profesional, la primera científica que se dedica a las estrellas, me fascinó. La suya es una búsqueda interior: en una época en que la educación se dirigía a que las mujeres fueran simplemente esposas de alguien, ella va y descubre ocho cometas. No le habrían permitido el acceso a ese mundo si no se da la circunstancia de que su hermano se dedicaba a eso. Y superó a su hermano en muchos aspectos, pero la Historia nos demuestra que después de estas grandes mujeres se imponen de nuevo las estructuras sociales de siempre. Hablamos del siglo XVIII...

-Uno de los poemas más conmovedores es el que dedica a Anne Sexton: "Los rotos no pedimos demasiado: que se nos quiera, sí", se lee en ese fragmento.

-El poema se llama Los rotos y parte de la hipótesis de que tal vez sólo haya dos tipos de personas: las que se han roto y las que no. Esta fractura podría ser metafórica o podría ser real. En el caso de Anne Sexton todo parte de una anécdota suya, ella se cayó por las escaleras de su casa y se fracturó la cadera y varios huesos más. Hubo un antes y un después en su vida y ella escribió un texto fantástico que se llama La fractura y que tuve la suerte de traducir. En él se plantea qué pasa cuando nos rompemos.

-En los talleres de poesía que usted imparte trabaja para que sus alumnos no incurran en lugares comunes. Usted, que procede de Ibiza y ahora reside en Málaga, se rebela en otro poema contra los tópicos con los que se suele vincular el mar.

-Ese poema, Azul de metileno, me gusta porque me devuelve a la idea que más me interesa de la poesía, la de la escritura como juego. Ese texto juega con los tópicos del mar [entre otras cosas niega que sea azul y asegura "que el sexo / en la playa es incómodo y que todas / las películas mienten de algún modo"] porque creo que es una obligación de la poesía reinventar los lugares comunes.

-El pasado año reeditó un libro de sus comienzos, Los hijos de los hijos de la ira.¿Qué nexos, si los hay, identifica entre su poesía primera y la de ahora?

-En Los hijos... había un pequeño poema sobre un momento en el que mi pareja de entonces y yo parecía que íbamos a tener un hijo. Esa idea de los hijos, y la de la herencia, la herencia recibida y la que se deja, la herencia cultural o sentimental, estaban ya ahí. Pero entonces había una mirada más amarga y yo creo que hoy tengo una visión más optimista. Con el tiempo he ido abriéndome a la esperanza.

-El jurado del premio calificó La policía celeste como "la obra de madurez de una persona todavía joven". ¿Qué piensa cuando lee esas palabras?

-Es complicado, porque no sabemos lo que es la madurez. Para mí sería empezar a asumir que tu papel sobre la tierra es pequeño, y que además estás aquí de paso. Quizás el concepto esté más cerca de la idea de humildad. Y puede ser contradictorio, porque yo siempre he defendido que la poesía, incluso la escrita por un hombre de 80 años, debe tener algo de la arrogancia joven, pero a la vez debe estar traspasada de sosiego frente a esa arrogancia. Como si te dijeras: sí, tu impetuosidad es buena, pero date cuenta de que no eres víctima de nada, que lo que deberías hacer quizás es fijarte en las cosas que te rodean, que es lo que he hecho en este libro.

Braulio Ortiz 

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