Para entender la Semana Santa de Málaga hay que hacer un notable ejercicio de abstracción
Una diputada de Esquerra Republicana le ha achacado al ministro de Cultura, y a tres de sus compañeros de gabinete, que se vinieran a Málaga a cantar el himno de la Legión. Supuestamente -y luego aclararé por qué digo esto de supuestamente-, la diputada Mirella Cortés argumentó su soflama con las hebras de la razón al considerar que esa es la única vía de análisis sobre los asuntos de la política. Medir la Semana Santa malagueña con ese rasero siempre conducirá a error. El ministro no se defendió demasiado bien, probablemente porque no es de aquí y no conoce por dentro los mimbres con lo que esto se fabrica. Recurrió a lugares comunes, la tradición -que en sí misma no significa nada como demuestran tantas tradiciones penosas-, la defensa del cante en general -Loquillo, Manolo Escobar y lo que le den- y a la fe.
Para entender la Semana Santa de Málaga, y de Andalucía, hay que hacer un notable ejercicio de abstracción en el que la religiosidad juega un papel relativo, desde luego no determinante. Precisamente en eso consiste el misterio. En que muchos miles de no creyentes y de no practicantes se implican y se emocionan con esa manifestación popular que, sí, tiene un origen religioso pero está compuesto de muchos otros elementos difícilmente mensurables. Ciertamente, el misterio es mayor y el ejercicio de abstración más complicado cuando al fenómeno se le unen arengas militares y cánticos de guerra como el de la Legión. Si uno recuerda el enfrentamiento de Salamanca de 1936 entre Millán Astray y Unamuno, con el primero gritando «¡Viva la muerte! ¡Muera la inteligencia!», y al segundo apelando a la cordura y rechazando «el necrófilo e insensato grito», o si se tiene presente el decálogo de atroces virtudes bélicas que servían de orgullo a aquel cuerpo en sus campañas africanas y en la Guerra Civil, no podrá ver sino con escalofríos el espectáculo del Jueves Santo. Pero, puestos a usar la razón, también habría entonces que atender a la transformación que ha sufrido ese cuerpo del Ejército y recordar su participación en campañas humanitarias por mucho que conserven ritos e himnos que espantaron a Unamuno.
Pero, como decíamos, esta es una cuestión que escapa al raciocinio. Y también lo es, en el otro lado del balancín, para la diputada de Esquerra Republicana. Si los ministros del PP vinieron a Málaga con aire patriotero para darle bombo al nacionalismo español y de paso a sacar votos de ese caladero político -más cuñados que novios de la muerte-, el soberanismo catalán se sustenta fundamentalmente en lo sentimental y en su renuncia a lo racional. Si los ministros rozaron el esperpento declarándose tan interesadamente novios de la muerte no mucho más lejos del mundo de Berlanga se encuentran todas esas charlotadas que los independentistas vienen poniendo en pie, una detrás de otra, dándole ostentosamente la espalda a la realidad y apelando a una gran patria perdida que, como en los cuentos infantiles, nunca jamás existió.
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