Fueron a plantar un árbol y casi colocan una lápida. Las huestes del PP se reuneron en Sevilla con el propósito de iniciar la reconquista. Traían a un don Pelayo manco, Rajoy con la mano vendada, y se van a ir con el caballo cojo y la gaviota trasquilada. Se suponía que la estrella iba a ser Juanma Moreno y la convención el primer salto de trampolín para truncar la historia del socialismo andaluz y dejarlo por una vez sentado en el banquillo de la oposición. Pero no. El protagonista principal del cónclave ha sido el máster de Cristina Cifuentes. El malagueño Bonilla fue a Sevilla a rastras. No se veía como candidato a la Junta. Los andaluces tampoco lo vieron. Y si ahora quería tomar impulso para pasar a la primera línea al tiempo que su partido dejaba atrás los nubarrones de las encuestas, el asunto Cifuentes y la justicia alemana han vuelto a colocarlo en los lindes de la penumbra.
Lo que nos va a quedar de él en esta convención, aparte de unas convencionales palabras y unos guiños a Ciudadanos, va a ser su imagen con la pala, cavando un agujero para plantar una encina. Rajoy sonreía mientras Bonilla cavaba. Luego ovacionaron con mucho entusiasmo a la presidenta de Madrid. Dicen que la van a respaldar hasta esta noche, y que a partir de mañana quizá la echen a la zanja que Bonilla cavó en los jardines del hotel Renacimiento. Cifuentes se pegó mucho a Rajoy en su encuentro, le besó la mejilla y le pasó la mano por la nuca. Mucho cariño. Rajoy siempre podrá sacar a colación la famosa frase de 'El Padrino' cuando le envíe el certificado de defunción política en forma de silencio sepulcral. «Dile a Cristina que lo hice por negocio». De Rajoy se podría afirmar aquello que Marcel Proust dijo de Balzac: «Qué gran escritor sería Balzac si supiera escribir».
Pues eso. Cifuentes se presentó en Sevilla de amarillo. Como la bufanda de Puigdemont y como la bilis que ha recorrido el hígado de la cofradía del PP en su concilio sevillano. Un mal regusto y un mal augurio. La primera batalla electoral se va a librar aquí, en Andalucía, y ante este panorama, Susana Díaz, que ya va soltando amarras con Ciudadanos y sacando codos, no podrá estar más satisfecha con el frustrado lanzamiento de su principal oponente. El nombre del hotel, que para algunos ilusos tenía resonancias esperanzadoras, Renacimiento, se ha convertido en un sarcasmo. Juanma Bonilla se ha quedado con la pala en la mano. Debe seguir cavando la dura trinchera a la que lo mandaron desde Madrid. En su discurso dijo no ser partidario de la confrontación y confiar siempre en el diálogo. Será así, pero su partido sigue empeñado en el monólogo. En un soliloquio que lo aleja del ruido de la calle y deja para bastante más tarde el anhelado renacer. De seguir así, lo que van a necesitar es un nuevo milagro de Lázaro.
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